20 años después, esta cinta sigue siendo un fenómeno extraño y único que, dependiendo de tus ojos, puede ser una aventura mágica o un viaje al Polo Norte escrito por Stephen King.
Cada diciembre revive el mismo debate y todos se preguntan si las películas navideñas deben ser dulces, tiernas y llenas de abrazos. Entre tanto brillo, también surgen historias que rozan lo inquietante: Gremlins, que perfecta para quienes disfrutan ver caos envuelto en papel de regalo; El extraño mundo de Jack, con su mezcla deliciosa entre ternura y tinieblas; o Krampus, que básicamente es una advertencia de lo que pasa cuando la Navidad se convierte en un mal día.
Pero hay un título que siempre aparece en los maratones familiares sin que nadie analice a fondo lo extraño que realmente es. Uno que se pinta como mágico, entrañable y con espíritu navideño, aunque en muchas escenas parece que estamos a cinco segundos de que aparezca un monstruo nuevo. Es un clásico que cumple 20 años y que ha dividido a la audiencia desde su estreno.
No es una película tierna: es puro terror navideño
A 21 años de su lanzamiento, El Expreso Polar sigue siendo una de las películas más fascinantes, queridas y perturbadoras del cine navideño. Y todo comienza en los primeros segundos, con una atmósfera que tiene más en común con Krampus que con una historia acogedora de creer en la magia de la época.
La película abre con un silencio inquietante, música casi espectral y un niño que mira la oscuridad con la misma energía que tendría alguien que siente que algo lo está observando. A los pocos minutos aparece el tren misterioso sin explicación alguna, y desde ahí el viaje solo se vuelve más extraño. Lo que para muchos es una aventura mágica, para otros es el ejemplo perfecto de terror disfrazado de película familiar.
Casi dos horas de peligro puro disfrazado con nieve
El tono de la cinta no tarda en dejar claro que esto no es un paseo seguro rumbo al Polo Norte. Durante una hora y cuarenta minutos, la película lanza una amenaza tras otra: riesgo de ahogamiento, escenas donde un personaje podría quedar decapitado, momentos que sugieren empalamiento, y por supuesto, la posibilidad muy real de ser devorado por lobos.
¿Esto suena como Navidad? Depende de a quién le preguntes. Pero lo cierto es que, cuando la miras con atención, el viaje del protagonista está lleno de peligros que ningún adulto sensato permitiría en la vida real. El tren avanza a velocidades imposibles, se desliza por hielo quebrándose, gira en ángulos que desafían la física y, por momentos, parece diseñado para asustar más que para inspirar.
Pero una de las cosas que más resaltan al volver a ver El Expreso Polar es que ningún adulto parece confiable. Todos tienen un aire siniestro, una sonrisa torcida o un tono extraño que te hace dudar de sus intenciones. Incluso el conductor, interpretado por Tom Hanks, tiene momentos donde su amabilidad parece demasiado inquietante.
Lo curioso es que, a pesar de todo esto, El Expreso Polar es un clásico indiscutible. Para muchos representa la magia de creer, la emoción de los viajes imposibles y ese momento donde la Navidad recupera su brillo. Pero para otros es una película de horror escondida en papel brillante.