A diferencia de las películas que recorren años o décadas, esta película demuestra que 24 horas pueden ser suficientes para contar una historia inolvidable. No por la cantidad de eventos, sino por la intensidad con la que se viven.
Hay películas que se toman su tiempo. Historias que recorren décadas completas y nos muestran a sus personajes crecer, envejecer y transformarse frente a nuestros ojos. Ahí está Boyhood, que literalmente se filmó a lo largo de 12 años. O Érase una vez en América, una epopeya criminal que cruza generaciones enteras. Incluso Aquí, de Robert Zemeckis, que juega con el paso del tiempo desde un mismo espacio físico.
Ese tipo de cine apuesta por la amplitud y por ver cómo los años moldean a las personas. Pero hay otro enfoque igual de poderoso: el de las historias que se concentran en un solo día y en unas cuantas horas. Y cuando ese recurso se aplica al cine bélico, el resultado puede ser demoledor.
Porque la guerra, condensada en un lapso mínimo, se siente más intensa y más humana. Justo ahí aparece una película que no solo entendió esa idea, sino que la llevó al límite técnico y emocional. Es una cinta que costó cerca de 100 millones de dólares, que se vive casi en tiempo real y que muchos consideran una de las mejores películas de guerra del milenio.
Una misión imposible contra el reloj
Dirigida y escrita por Sam Mendes, 1917 nos sitúa en los momentos más crudos de la Primera Guerra Mundial. La historia sigue a dos jóvenes soldados británicos, amigos entre sí, que reciben una misión aparentemente simple, pero en realidad suicida: cruzar territorio enemigo para entregar una orden de retirada a un batallón aliado que está a punto de caer en una trampa mortal.
El problema es el tiempo: si no llegan en el momento preciso, 16 mil soldados morirán en un ataque condenado al fracaso. Y como si eso no fuera suficiente presión, uno de los protagonistas descubre que su hermano menor forma parte del grupo que debe ser salvado. No hay margen para la duda ni plan B: solo avanzar.
Una película que no te deja parpadear
Uno de los grandes aciertos de 1917 es su estructura narrativa. Aunque no es técnicamente un solo plano secuencia, la película está diseñada para simular que todo ocurre en una única toma continua, acompañando a los personajes durante casi 24 horas sin cortes visibles.
Este recurso no es un truco vacío. Funciona porque te coloca al nivel del soldado. Caminas con ellos, te cansas con ellos y siente el peligro constante, incluso en los momentos aparentemente tranquilos. La guerra no se anuncia con música épica, sino que aparece sin aviso. Cada decisión pesa, cada obstáculo se siente real y cada segundo que pasa aumenta la ansiedad.
La guerra sin romanticismo
1917 no busca decir que la guerra es heroica. Tampoco se recrea en el sufrimiento de manera gratuita. Lo que hace es mostrarla como lo que es: un absurdo donde jóvenes apenas mayores de edad cargan con decisiones imposibles.
Durante la temporada de premios 2019-2020, 1917 fue una de las grandes favoritas. Ganó Globos de Oro, arrasó en categorías técnicas y se consolidó como una referencia inmediata dentro del cine bélico contemporáneo. Pero más allá de premios, su impacto está en cómo redefinió la forma de contar una historia de guerra sin recurrir a fórmulas gastadas.