Nancy Ponce

Nací en algún rinconcito de la Ciudad de México un 6 de abril de 1999, año en que se estrenó Star Wars: La amenaza fantasma, la cuál años después formaría parte de mis viernes de películas junto con mi tío y mi hermano menor. Ellos serían los responsables de llevarme a galaxias muy muy lejanas, en donde nacería mi cariño por la ciencia ficción y mi temor hacia los aliens.

Desde muy pequeña mis padres y mi abuela me regalaban libros infantiles con criaturas inimaginables y aunque algunas de ellas podrían parecer un poco atemorizantes, casi siempre se convertían en mis preferidas. Fue entonces cuando comenzó mi gusto por los monstruos y poco a poco mi cuarto se vio invadido por personajes de Tim Burton.

En aquel momento, yo juraba que mi destino era ser astronauta, pues deseaba descubrir los misterios del universo, pero cuando entré a secundaria descubrí que la física y las matemáticas no eran lo mío, algo que para cualquier padre ingeniero sería imperdonable. Pese a que no compartimos el amor por los números, sí disfrutamos ver Indiana Jones juntos, lo que me llevó a querer ser arqueóloga, ya que viajar y la historia es algo que disfruto mucho. Con el tiempo me convencí de que sino sería como Jones, al menos sí sería una gran historiadora.

En la preparatoria me enfoque en sacar mi pase anual por el Museo de Memoria y Tolerancia, leer Harry Potter y aprenderme todas las canciones de Battle Born, mi álbum favorito de The Killers. Gracias a una extraña coincidencia, fui seleccionada para colaborar en la Revista Cómo ves? de la UNAM y fue ahí donde decidí que no sonaba tan mal estudiar Ciencias de la Comunicación.

A partir de mi llegada a la Universidad, fue común salir a gritar consignas contra el patriarcado y a usar paliacates verdes y morados, porque ante todo feminista. Durante ese período, cursé un taller de guión cinematográfico, en ese momento los astros se alinearon y me di cuenta que lo que más me gusta en la vida es escribir y contar historias en donde los verdaderos monstruos son vencidos y las brujas no son quemadas.

Mis trabajos escolares comenzaron a relacionarse con el cine y cuando debí elegir una área de especialización, me encontré en un dilema ya que no sabía elegir entre periodismo o producción audiovisual, pero en la segunda opción al menos podía jugar a hacer stop motion. Después de muchos cambios y algunas crisis existenciales, he llegado a mis 23 años rodeada de personas increíbles, una familia pequeña y una tesis inconclusa.