La ceremonia de los Premios Oscar siempre ha sido un escaparate de glamour, discursos conmovedores y momentos que se quedan grabados en la historia del cine. Pero de vez en cuando, surge un instante tan inesperado, tan genuino, que rompe toda formalidad. Cómo olvidar a Will Smith dando una bofetada a Chris Rock, o John Cena saliendo completamente desnudo a escena en vivo.
Pero de todo lo que ha ocurrido, uno de los más recordados ocurrió en 1992, cuando un veterano actor, con una trayectoria impresionante y un sentido del humor inquebrantable, decidió celebrar su primer Oscar de una manera que nadie vio venir: haciendo flexiones en el escenario a los 73 años.
El momento que nadie esperaba
Jack Palance, quien era auténtica leyenda de Hollywood, en cuestión de segundos, pasó de ser un respetado actor de carácter a convertirse en el protagonista de uno de los momentos más icónicos en la historia de los premios de la Academia. Y todo ocurrió en la 64ª edición de los Premios Oscar, celebrada el 30 de marzo de 1992.
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Esa noche avanzaba con normalidad entre discursos elegantes y aplausos medidos, hasta que llegó el turno de anunciar al Mejor Actor de Reparto. El ganador: Jack Palance, por su interpretación del rudo y sarcástico vaquero Curly Washburn en Perdidos en el oeste.
Al subir al escenario, Palance agradeció a sus compañeros y al equipo de la película. Hasta ahí, todo parecía dentro del guion habitual de una ceremonia de premios. Pero de pronto, el veterano actor decidió improvisar.
"Billy Crystal piensa que los viejos ya no servimos para nada", dijo entre risas, haciendo referencia al conductor de la ceremonia. Y sin pensarlo dos veces, se arrodilló y comenzó a hacer flexiones en medio del escenario. No una, ni dos: tres flexiones perfectas ante un auditorio que no podía creer lo que veía.
El público estalló
La reacción fue inmediata. Primero, una carcajada general y después, una ovación de pie. Las cámaras enfocaban a las estrellas riendo y aplaudiendo, mientras Billy Crystal, que seguía mirando desde el costado del escenario, no podía ocultar su sorpresa.
El País
La escena se convirtió en uno de esos momentos televisivos que parecen irrepetibles. No había guion, no había show planeado: sólo un actor demostrando que, a los 73 años, todavía tenía energía de sobra y sentido del humor para darle una lección a Hollywood.
Jack Palance ya era un actor respetado antes de esa noche. Pero ese Oscar representaba algo especial: el reconocimiento tardío a una carrera de más de 40 años. Y Palance no lo celebró con solemnidad ni lágrimas, sino con una muestra de vitalidad que terminó siendo más memorable que muchos discursos de agradecimiento.