Mi pobre angelito, Santa Cláusula y todas las películas de Navidad suelen verse cálidas, encantadoras y llenas de magia. Pero detrás de cámaras, algunas esconden historias que parecen salidas de un thriller psicológico de Alfred Hitchcock o Stephen King. Entre luces, villancicos y decoraciones gigantes, los actores han pasado por frío extremo, coreografías imposibles, disfraces infernales y jornadas que harían renunciar a cualquier persona sensata. Hollywood no perdona a nadie, ni siquiera en Navidad.
Y aunque cada producción tiene su anécdota complicada, hay una que se lleva el premio absoluto. Una donde el protagonista terminó tan estresado, tan agotado y tan al límite que la producción tuvo que traer ayuda externa para que pudiera seguir filmando. Un apoyo bastante inusual que provenía de la CIA.
Un disfraz que equivalía a "ser enterrado vivo"
Para Jim Carrey, el enorme traje de El Grinch no solo era un disfraz: era una combinación pesadísima de pelo de yak teñido, prótesis faciales que cubrían prácticamente toda su cabeza y lentes de contacto gigantes que le irritaban los ojos al punto del llanto. Literalmente, Carrey tenía que sobrevivir dentro de capas de material que lo apretaban, lo picaban y lo sofocaban. Carrey lo describió alguna vez como "ser enterrado vivo todos los días".
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Según él, el proceso completo de maquillaje tomaba ocho horas y media diarias. Pero el verdadero infierno llegaba cuando empezaba el rodaje. Carrey tenía que actuar, moverse, bailar, gritar y hacer comedia física, todo mientras todo su cuerpo estaba atrapado. Se desesperaba tanto que en un punto le dijo a la producción que ya no podía más.
Jim Carre y un experto en entrenar agentes de la CIA
92 días después de haber comenzado la grabación, con Carrey emocionalmente agotado y al borde de abandonar la película, el productor Brian Grazer recurrió a un hombre cuyo trabajo real era preparar a agentes de la CIA para soportar tortura. El objetivo era enseñarle a Jim Carrey técnicas para soportar la ansiedad, la claustrofobia y la desesperación del traje.
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Todo funcionó, aunque los consejos fueron tan radicales que hoy suenan entre surrealistas y cómicos. En una entrevista en The Graham Norton Show, Carrey recordó exactamente lo que le dijeron: "Come todo lo que veas. Si te estás poniendo histérico y empiezas a caer en picada, enciende la televisión, cambia de rutina, pídele a alguien que te acerque y te dé un golpe en la cabeza, date un puñetazo en la pierna o fuma todo lo que puedas".
A partir de ese momento, Carrey logró soportar el maquillaje diario, aunque jamás lo disfrutó. Durante el resto del rodaje, usó técnicas de distracción, respiración y constante movimiento para evitar entrar en pánico. Dijo que, en varios momentos, lo único que lo mantuvo cuerdo fue recordar que estaba haciendo reír a la gente.
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Y el esfuerzo valió la pena: su interpretación del Grinch es una de las más queridas de toda su carrera. Carrey no solo sobrevivió al traje, sino que creó un personaje tan exagerado, tan expresivo y tan humano que muchos lo consideran insuperable.