Un imaginario de miedo, fantasía y belleza artesanal en stop-motion
por Luis Fernando GalvánTanto en el cortometraje Revoltoso como la serie Los sustos ocultos de Frankelda para HBO Max, los jóvenes directores Arturo y Roy Ambriz (fundadores del estudio de animación Cinema Fantasma), recurren a la técnica del stop-motion no solo para recrear movimientos, sino para imprimir una poesía visual que envuelve al espectador en un mundo que parece palpitar con vida propia. En Soy Frankelda, su primer largometraje, esta magia artesanal (que combina el virtuosismo técnico con el valor pictórico y escultórico) alcanza un nivel de detalle impresionante. Desde las texturas de los monstruos hasta los paisajes y decorados, todo transmite una materialidad tangible que nos recuerda que cada elemento ha sido construido con manos humanas siguiendo la estela de artistas como Jiří Trnka, Jan Švankmajer y los hermanos Stephen y Timothy Quay.
CINEMA FANTASMA
La historia de Soy Frankelda se sitúa a finales del siglo XIX en un pintoresco y colorido pueblo mexicano. Allí conocemos a Francisca Imelda, una niña apasionada por la literatura que desde muy temprano crea sus propios cuentos de terror. Rechazada por los otros niños y reprendida por su abuela, Francisca desarrolla un mundo interno rico y oscuro, donde la fantasía se convierte en refugio y herramienta de autoconocimiento.
Paulatinamente, descubrimos Topus Terrentus, el plano subterráneo de los Sustos, hogar de criaturas fantásticas, fantasmas y monstruos. Entre ellos destaca Herneval, un joven príncipe con rasgos de búho y alas rojas, ansioso por explorar más allá de los límites de su reino. Tras trepar el Arpa-Araña, una especie de axis mundi, Herneval llega a la Tierra —conocida en el filme como el plano de la Existencia— y descubre el talento de Francisca para crear relatos de terror, sentando las bases de una conexión que se revelará crucial diez años después, cuando el reino de los Sustos se vea amenazado porque los humanos ya no creen ni le temen a nada, y Procustes, un enorme monstruo arácnido de color verde con múltiples ojos, planea derrocar a los reyes.
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Francisca se erige como el corazón creativo de la película, un personaje cuya pasión por la literatura y el terror marca todo su entorno. Su desarrollo es profundo: sentimos su soledad, sus frustraciones y la manera en que su imaginación se convierte en refugio y herramienta de poder. El noble Herneval, por su parte, representa la conexión entre los mundos: su viaje es al mismo tiempo físico y simbólico, un tránsito que revela la importancia de la imaginación y la colaboración entre reinos y realidades. La interacción entre ambos personajes subraya cómo la creatividad puede transformar y sostener lo que parece perdido.
El guion de Soy Frankelda se distingue por su habilidad para construir historias en paralelo. La narrativa de Francisca en el plano de la Existencia se entrelaza con el mundo de Topus Terrentus, revelando que las criaturas y conflictos de este último son, en esencia, productos de la imaginación de Francisca. Esta construcción dual no solo conecta dos reinos distintos —la Tierra tangible y el mundo intangible de los Sustos— sino que también alude a conceptos filosóficos, evocando ecos de la teoría platónica de las Ideas. La película plantea así que la ficción y la realidad están indisolublemente unidas, y que la imaginación tiene la capacidad de moldear la existencia de manera directa, especialmente cuando se trata de emociones y miedos universales.
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El filme, apoyado desde sus primeras semillas por Guillermo del Toro, reflexiona sobre la estrecha relación entre ficción y realidad, subrayando la importancia del terror en la formación de la experiencia humana. A través de los cuentos de Francisca, se nos enseña que enfrentarnos al miedo desde temprana edad nos permite comprender aspectos de nosotros mismos que de otro modo permanecerían ocultos. Los sustos y los temores no solo provocan sobresaltos; funcionan como herramientas de introspección y conocimiento, mostrando que el horror tiene un papel educativo y liberador. La película sostiene que “las ficciones se tejen con hilos de verdad”, y que lo fantástico, aunque imaginario, refleja inquietudes, deseos y dilemas muy reales.
Uno de los elementos que enriquece el universo confeccionado por los hermanos Ambriz y Cinema Fantasma es la incorporación de múltiples referencias al arte y la literatura. Además de la aparición explícita de un ejemplar del Frankenstein de Mary Shelley, algunas criaturas recuerdan las figuras alargadas y etéreas de Remedios Varo, mientras que la explicación visual de los orígenes del Topus Terrentus se apoya en manuscritos de estilo medieval, evocando los bestiarios que combinaban imagen y texto para describir lo fantástico. Esta elección narrativa establece un puente entre tradición y modernidad, dando al espectador la sensación de explorar un mundo mitológico, auténtico y absorbente.
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En uno de los momentos más simbólicos, Francisca (ahora transformada en Frankelda, su versión como conciencia etérea de tonalidades azules que recuerda a las sílfides y su conexión con el aire) cruza el umbral hacia el reino de los Sustos a bordo de una embarcación que remite inevitablemente a la barca de Caronte. Este viaje no es solo físico, sino también iniciático: Frankelda transita entre la vida y el mundo de las ideas, entre lo tangible y lo intangible, enfrentando un territorio donde lo temible se vuelve real y necesario. La referencia al barquero del inframundo otorga a su travesía un tono ritual y poético, donde el miedo y la imaginación funcionan como fuerzas transformadoras.
La decoración de los espacios también contribuye a la construcción de este fascinante imaginario. Los ventanales y vitrales de la casa de Procustes, en forma de araña, junto con la decoración gótica interior, refuerzan la atmósfera de misterio y peligro que rodea al Topus Terrentus. Estos elementos visuales funcionan como extensión de la psicología de los personajes y del conflicto central, sugiriendo la tensión entre lo oscuro y lo creativo, entre la autoridad y la imaginación.
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El virtuosismo del stop-motion, combinado con la sólida narrativa, convierte a la película en un festín para los sentidos. Cada escena está impregnada de un cuidado meticuloso, desde la expresión de los personajes hasta los fondos y decorados. Esta materialidad refuerza la credibilidad de un mundo que, aunque fantástico, se siente consistente y coherente. La animación permite que el espectador se sumerja en un universo donde el detalle importa, y donde la contemplación de cada plano ofrece nuevas revelaciones sobre la historia, los personajes y la interrelación de ambos mundos.
En última instancia, Soy Frankelda es una celebración del poder de la imaginación y del arte como fuerza transformadora. El filme es un ejemplo notable de cómo la animación puede explorar temas complejos sin sacrificar la emoción ni la belleza visual. Su enfoque en la relación entre miedo y creatividad, entre realidad y ficción, y entre lo tangible y lo imaginario, lo convierte en una obra que trasciende la audiencia infantil para dialogar con cualquier espectador que valore la imaginación, la reflexión y la delicadeza artística.