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    Vivir deprisa, amar despacio
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Vivir deprisa, amar despacio

    Un retrato íntimo, oportuno y extremadamente romántico

    por Iván Romero

    En 2017 el director Robin Campillo estrenó 120 latidos por minuto que trata sobre Act Up,  la organización de activistas que exigen al gobierno mayor atención en cuanto al cuidado y el trato para los enfermos de SIDA se refiere. Teniendo de contexto los años 90, cuando la enfermedad estaba dejando estragos en todo el mundo, la película cimbró a la audiencia en pleno siglo 21, siendo puntual, persuasiva y estrujante. Ahora llega Vivir deprisa, amar despacio de Christophe Honoré, un filme francés que toca este mismo tema, pero desde una trinchera opuesta, quizá más romántica, aunque igual de incisiva que la anterior.

    En el Paris de los años 90, un famoso escritor llamado Jacques conoce a Arthur, un joven estudiante que vive en la Bretaña Francesa. El flechazo es inmediato; ambos tienen un entendimiento del amor muy similar y que difícilmente han podido encontrar en alguien más. El reloj está corriendo y los dos tendrán que aprovechar cada minuto juntos.

    Vivir deprisa, amar despacio fue parte de la selección para concursar por la Palma de Oro en el Festival de Cannes del 2018. Honoré, considerado uno de los "niños terribles" del cine francés y que se caracteriza por ser punzante y estridente en cada uno de sus filmes, tales como Mi madre con Isabelle Huppert o el musical Las canciones del amor, su nueva película tiene un tono muy diferente a lo que nos tenía acostumbrados. Con narrativa pausada y sutil deja también muy claro que el filme es un tanto autobiográfico, especialmente en los personajes protagonistas: Jacques y Arthur, en quienes Honoré se reflejó por completo, otorgándoles  sensibilidad por el arte que él conoce más que nadie. Ambos se conocen en una cine mientras se está exhibiendo El piano de Jane Campion.

    La película más que generar polémica con el tema del SIDA o concientizar como podría ser el caso, lo romantiza, pero sin restarle la importancia que merece, sino lo contrario. Todo el tiempo logra que tengas presente que los personajes están viviendo algo muy desafortunado en una época en la cual no contaban con la suficiente información para luchar contra ello. En la paleta de colores que utiliza Honoré predomina el azul, lo cual inevitablemente hace que te invada una atmósfera melancólica, depresiva, justo como las miradas de los protagonistas, quienes están buscando algo que no saben si llegara, o postergando momentos a pesar de saber que no tienen demasiado tiempo. Agridulce y conmovedor.

    Vincent Lacoste y Pierre Deladonchamps, (Arthur y Jacques, respectivamente) conectan de manera única y entrañable a morir. Su química es magnética desde el primer momento, tanto cuando están juntos en escena, como cuando no. Sus personajes no se conocen en sí, sin embargo, el espectador percibe que el interés de uno en el otro es recíproco. Los dos actores lucen esplendidos, pero especialmente Lacoste es toda una revelación; sus ojos y movimientos emulan un poco a Louis Garrel (Los soñadores), actor francés fetiche de Honoré. Por lo que su elección en el cast no nos sorprende.

    Vivir deprisa, amar despacio es un retrato íntimo, oportuno y extremadamente romántico. Se aleja del melodrama o la tragedia en la que pudiera caer de pronto y narra un amor humano y coherente que se siente universal en todo momento. Si bien la pareja de enamorados son dos hombres, cualquier persona se pueda reflejar en ellos. Todos hemos sido ambos alguna vez, en otros escenarios y padeciendo otros problemas... con las mismas ilusiones.

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