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    Retablo
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Retablo

    Un relato artesanal intoxicado por la humanidad

    por Iván Romero

    Retablo, la premiada película peruana del director Álvaro Delgado-Aparicio llega oportunamente a Netflix después de un largo trayecto (se estrenó en 2017) en el que ha sido reconocida en innumerables eventos, como el Festival Internacional de Cine de Berlín, donde ganó como Mejor película o inevitable no nombrar la nominación en los prestigiosos BAFTA del director por Mejor debut en la pantalla grande.

    La historia resulta más cercana y compleja de lo que pensamos. Su manufactura es impecable, ya que los recursos cinematográficos a los que Aparicio recurre parecen hablar de un experto detrás de cámara, lo cual, viendo un poco más allá de Retablo, lo convierte en uno de los cineastas latinoamericanos a seguir y sin duda una de las más destacadas voces fílmicas que hay en tiempos de crisis como los que en este momento vivimos en el mundo.

    Es importante mencionar que Retablo es una historia que desde el primer plano se narra más con imágenes que con diálogos. Esto no vuelve a la película un pesado viaje de autor como se podría pensar, sino que en realidad lo transforma en un retrato indispensable sobre la diversidad, tolerancia y amor. Segundo Paucar (Junior Bejar) es un adolescente de 14 años que es entrenado por su padre, un maestro retablista de Ayacucho (ciudad en Perú). La idea de su papá es dejarle un legado a su hijo y así pueda seguir generación tras generación el arte que hace. El mundo de Segundo se viene abajo cuando, camino a una fiesta patronal, ve accidentalmente a su padre haciendo algo se convierte en un enorme problema para el chico, por lo que tendrá que aprender a convivir con este, ya que todo lo que creía de él parece desmoronarse.

    El secreto del padre de Segundo puede sonar obvio en premisa, pero lo interesante, más que mencionarlo con todas sus letras, es introducirse en esta zona rural donde el machismo de la comunidad y la cultura parecen contrastar a los ojos de los habitantes, pero para la audiencia tendrá más de una lectura. Retablo es una historia de homofobia y discriminación, pero particularmente, de emociones y sentimientos sutilmente retratados, aunque al momento de ser digeridos, el impacto no deja de ser brutal para todo aquel que se deje llevar por el viaje que Aparicio propone. No hay buenos ni malos, hay un tremendo desconocimiento de las cosas, del mundo exterior; la ironía del filme resuena en muchas partes del mundo, donde aparentemente hay enseñanza, sin embargo, tal parece que no hay mucha lejanía con lo que viven en Ayacucho.

    Resulta reiterativo llenar de alabanzas la película, pero es que existe el lado narrativo y cinematográfico, lo cual destaca de sobremanera. Hay una riqueza visual que plano tras plano durante sus 95 minutos te absorbe, viendo la labor artesanal de los protagonistas, así como el trayecto que hacen para entregar sus productos. Vemos los comportamientos de la comunidad a la que pertenecen, así como sus celebraciones y su día a día, no obstante, a la par hay un conflicto que existe y que no se dice, ahí es cuando Retablo dice mucho y que para el acto final termina por explotar inesperadamente.

    Quizá la historia como tal de Retablo es un tanto convencional, pero el texto nunca tiene empacho en visibilizar las conductas violentas y claramente tóxicas que existen en este lugar, donde parece que el tiempo no pasa. Las actuaciones de Junior Bejar y Amiel Cayo, quien interpreta al padre, son notables sin rozar la inexperiencia que Bejar tiene, ya que es su primera cinta. Magaly Solier, quien da vida a Anatolia, la madre de Segundo, también es estupenda. Sería importante, que ahora que la película está en una ventana mundial la audiencia le dé una oportunidad y sirva no como panfleto, porque nunca lo es, pero sí como un crudo y bello testigo de cómo todavía nos falta evolución y sensibilidad como ser humanos, que resulta paradójico, porque lo visto en Retablo, es justo eso, algo lleno de vibras que llega a cimbrar a quien la vea.

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