En las regiones altas de los Andes bolivianos, hay un campamento casi místico, dedicado a la minería, donde la vida y las costumbres parecen no querer evolucionar. Para muchos las minas es la única opción que tienen para mantenerse, pero para otros es parte de su herencia y tradición, donde hombres, mujeres y niños buscan suerte en las peligrosas minas que abren con dinamita. Entre el peligro, los accidentes y las muertes, en el pueblo impera un aura sobrenatural y de superstición. Los mineros le piden protección a “El Tío”, una deidad de la cultura boliviana, un dios del inframundo, el cual gobierna y manda, dando protección, pero también provocando ruina y destrucción. La leyenda narra que aquellos fallecidos en las minas, deberán deambular por tres días, perseguidos por el Tío, para probar su valía. A su nombre se ofrecen ceremonias, bebidas y alabanzas, pero cuando la montaña y las minas no les han traído fortuna, la vida del pueblo cambiara de forma radical.