Mi cuenta
    Honeyland
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Honeyland

    Una joya documental

    por Iván Romero

    Sorpresiva y merecidamente, el documental de Macedonia titulado: Honeyland pasó a la historia gracias a su doble nominación en la pasada entrega de los Oscar, al ser considerado en las categorías de Mejor documental y Mejor película internacional. El hecho de no haber salido triunfante no desmerece el estupendo y entrañable trabajo que los directores macedonios Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov realizaron, los premios de la Academia fueron tan solo el final de una larga lista de reconocimientos como el Festival Sundance, el círculo de Críticos de Nueva York, los independent Spirit Award, tan solo por mencionar algunos. Pero ¿qué tiene este documental que ha llamado la atención de la industria cinematográfica de sobremanera?

    Honeyland narra la historia de Hatidze, mujer de 50 años que se dedica a recolectar abejas en un pequeño y escondido poblado de Macedonia. Hatidze Muratova cría colonias de abejas en canastas que ella misma hace a mano, sin ninguna protección o ni siquiera mencionar capacitación alguna. A la par cuida a su madre enferma y todavía tiene tiempo para sonreir sin reparo a los vecinos del poblado. Su vida y actividad como la conocía se ve interrumpida cuando unos vecinos llegan a instalarse cerca de las colmenas, creando conflicto y dilema tremendo para la aguerrida y noble mujer.

    Desde la primera toma de Honeyland es notaria la belleza visual e impactante con la que cuenta el filme. Sin duda este plano mencionado, el cual es impresionante, introduce al espectador a este intercambio con la naturaleza de proporciones épicas, pero rápidamente nos llevan a la evidente precariedad con la que vive Hatizde y que contrasta con la fidelidad y amor con la que cuida a sus abejas. Como espectador es seguro que presencias algo no solamente de una hermosura infinita en la pantalla, sino algo que podemos apreciar de la misma manera en una postal, pero sus directores Kotevska y Stefanov, no se quedan en lo técnico, en lo seguro, en lo idílico que parecer ser todo. Al momento de llegar estos vecinos, sucede un encuentro humano que explota, un choque de ideas, de tradiciones, de imposiciones y ahí el filme repunta hacia algo más agudo y particularmente oportuno. 

    Hay un paralelismo interesante cuando esta nueva familia irrumpe cerca del hogar de Hatidze. Independientemente de que esto se vuelve un problema para ella, podemos notar un amplio discurso sobre relaciones humanas. La familia vecina tiene graves problemas para relacionarse entre sí, a pesar de ser numerosos y tener mayores recursos, ya que cuentan con un camión de remolque, varias vacas y muchos hijos (siete para ser exactos). Hatizde por su parte, solo vive con su madre, quien sufre ceguera avanzada y no hay momento en que su vida sea particularmente un caos. Sin duda sus nuevos vecinos transforman la paz con la que estaba acostumbrada a vivir, la manera en el que ella estaba acostumbrada a trabajar, y a su vez es una clara alegoría del capitalismo y la destrucción de muchos sitios, pero en la reacción de ella se encuentran muchas respuestas acerca del comportamiento humano.

    Sin sonar reiterativo, hay un aspecto que vale la pena mencionar más allá del precioso panorama que Honeyland presenta, el cual no podría ser posible sin la fotografía de Fejmi Daut y Samir Ljuma. La excelsa cinematografía del filme, sus planos generales son brillantes para enfocarse en el entorno en el que vive Hatidze y los aledaños, pero la impecable cámara en mano de ambos en momentos más a detalle es plausible, ya sea con un grupo de niños moviendo a unas vacas, o el detalle de las abejas rodeando a su protagonista con el mayor aplomo posible, que hasta parece ser un momento un tanto mágico, o aquellas escenas de Hatidze con su madre en las noches con nada más que luz de velas iluminándolas, ya que no cuentan con electricidad; todo esto nos deja perplejos y muchos la han clasificado como un testamento genuino de cinéma-vérite.

    Honeyland es una ventana que te hace abrir los ojos a un rincón del mundo del que evidentemente desconocemos y a la vez se puede sentir tan familiar. Escuchar a Hatizde cantarle una canción a un panal de abejas para tranquilizarlas habla tanto de una soledad inminente en el ser humano así como de la capacidad casi automática para recuperar el respeto por los demás, llámese persona, animal o quimera, en cualquier caso de los escenarios imaginables. Una pieza cinematográfica imperdible.

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