Desde la primera toma estamos a bordo del Explorador, un barco de carga que nos lleva río abajo, pasando las reservas naturales mientras se abre camino hacia el puerto. Este viaje visual refleja cada aspecto banal y eufórico de nuestra vida, con su cocina, limpieza, aburrimiento, miedo y belleza mediante las experiencias sensoriales de la imagen y el rico paisaje sonoro. Vida a bordo no necesita muchas palabras, pero las pocas que escuchamos son potentes, como la carta en la que un niño describe lo que experimenta cuando su padre, un miembro de la tripulación, está ausente durante meses. El hombre y la máquina entran en una alianza poderosa en los muchos primeros planos editados rítmicamente de los miembros de la tripulación y las partes de la máquina, además las tomas inclinadas del agua, siempre omnipresente con sus ondulaciones vertiginosas, parecen provenir de algún otro mundo misterioso: nuestra subconsciencia.