La carrera mortal de Glen Powell con firma de Stephen King
por Nath Rodríguez2025 parece ser otro año espectacular para Stephen King. No solo disfrutamos la aclamada La vida de Chuck con Tom Hiddleston, sino también la precuela IT: Bienvenidos a Derry en HBO Max. Y como si eso no fuera suficiente, sus obras bajo el seudónimo Richard Bachman: The Long Walk y The Running Man también llegaron a la pantalla grande. La segunda, que ya había tenido una adaptación en 1987 con Arnold Schwarzenegger, renace bajo la visión de Edgar Wright y con Glen Powell como protagonista.
En esta nueva versión, Wright sitúa El sobreviviente en un futuro no tan lejano, donde el sistema estadounidense ha colapsado bajo el peso del capitalismo extremo. La clase trabajadora vive al límite, endeudada y sin acceso a salud ni vivienda digna. Para sobrevivir, muchos se inscriben en programas televisivos que prometen dinero a cambio de arriesgar la vida.
Ahí conocemos a Ben Richards (Powell), un hombre con un fuerte sentido moral que ha sido despedido de varios trabajos por negarse a obedecer ciegamente a sus superiores. Su hija está enferma y necesita desesperadamente dinero, así que decide unirse al programa más brutal de todos: The Running Man, un reality donde tres concursantes deben sobrevivir treinta días siendo perseguidos por asesinos profesionales, mientras el público se alimenta de su sufrimiento.
Edgar Wright: entre sátira y adrenalina
Wright y el guionista Michael Bacall logran una adaptación mucho más cercana a la novela original de King, recuperando ese espíritu de crítica social que la versión de 1987 había convertido en un espectáculo incómodo. Aquí, el director británico explora su obsesión por los mundos visualmente caóticos, combinando humor ácido, persecuciones vertiginosas y un retrato amargo del sueño americano roto.
Visualmente, la película es un atasque. Wright conserva su ritmo característico: montajes veloces, cortes musicales precisos y movimientos de cámara casi coreográficos, pero también introduce una estética ochentera reinterpretada para el siglo XXI: luces de neón, propaganda distópica y televisores que gritan promesas falsas.
Desde el punto de vista técnico, The Running Man es una obra de precisión. La fotografía de Bill Pope construye un mundo opresivo con tonos azulados y texturas metálicas que refuerzan el aislamiento de los personajes. La edición, a cargo de Paul Machliss, despliega un ritmo donde cada toma responde a la respiración de la acción o al pulso de la música. Sin embargo, entre tanta energía visual y sátira, la cinta tropieza en su ritmo. Hay momentos en los que el equilibrio entre crítica social y espectáculo se diluye: pasamos de una escena tensa sobre la desigualdad a una secuencia de acción tan absurda que roza la autoparodia. Wright siempre ha sabido moverse en esa línea delgada entre lo ridículo y lo brillante, pero aquí esa fórmula no siempre termina de cuajar.
La música como brújula emocional
Como en toda película de Wright, la música no solo acompaña: siente, guía y reacciona. Aquí, el director vuelve a trabajar con John Barret y Kirsten Lane, quienes crean una banda sonora que combina sintetizadores ochenteros, percusión industrial y melodías melancólicas. Cada tema funciona como parte esencial de la escena: cuando Richards corre, la música se acelera con un pulso casi humano; cuando duda, los sonidos se distorsionan, como si la esperanza misma tambaleara entre frecuencias.
Más que ritmo o nostalgia, Wright utiliza la música como sincronía perfecta entre sonido e imagen que ayuda a emocionarte en cada escena loca que estás viendo en la pantalla.
Powell y Brolin: el rostro del caos televisivo
Glen Powell confirma que sus actuaciones van más allá de Top Gun: Maverick o Anyone But You. Su Ben Richards es un hombre quebrado, pero aún con sed de venganza y necesidad de justicia. Powell encarna con fuerza esa rabia contenida de quien lucha por sobrevivir sin perder la decencia y logra sostener la película incluso cuando el guion afloja.
A su lado, Josh Brolin interpreta a Dan Killian, el productor del reality y el verdadero villano del sistema. Su actuación es magnética, aunque por momentos se inclina hacia lo caricaturesco. Esa elección encaja con la naturaleza del personaje, pero también le resta un poco de peso a la amenaza. Y sí, Michael Cera aparece en un rol secundario que canaliza el humor característico de Wright, sirviendo como respiro entre tanto caos.
Una crítica que corre más rápido de lo que alcanza
El nuevo Running Man aplica la brutalidad de Squid Game dentro de un formato de American Idol, y aunque su sátira es potente, a veces se queda atrapada entre homenajear la novela y modernizar su discurso. La idea de un país que convierte el sufrimiento en entretenimiento sigue siendo relevante, pero Wright evita profundizar en la era de las redes sociales, prefiriendo refugiarse en una estética retro.
Aun así, la película mantiene el espíritu del mejor Stephen King: la mezcla de horror social, ironía política y humanidad. Hay fragmentos que evocan los comerciales grotescos y la propaganda distópica muy al estilo de Robocop o Terminator 2, donde el sarcasmo y la desesperanza van de la mano. En esos momentos, The Running Man brilla.
Conclusión
Puede que esta nueva versión no revolucione el género, pero sin duda no deja de refrescarlo. Edgar Wright entrega una cinta visualmente entretenida y temáticamente llamativa, aunque a veces más preocupada por correr que detenerse a dar un poco más de profundidad. Powell carga el peso de la historia con compromiso, mientras Wright nos recuerda que el espectáculo, por más absurdo que parezca, siempre tiene un público dispuesto a verlo.
En tiempos donde todo se convierte en contenido, The Running Man nos deja una pregunta incómoda: ¿Qué tanto nos parecemos a la audiencia que aplaude mientras alguien lucha por mantenerse con vida?