En los últimos años, el cine y la televisión de Corea del Sur se han convertido en potentes vehículos de crítica social, utilizando una mezcla de géneros que va del drama al thriller, pasando por la comedia ácida y el absurdo. Títulos como Parásitos de Bong Joon-ho o la serie El juego del calamar de Hwang Dong-hyuk colocan bajo la lupa los efectos deshumanizantes del sistema capitalista, el abismo entre clases sociales y el precio de la ambición en una sociedad estructurada para beneficiar a unos pocos.
Otras producciones recientes como Tiempo de caza de Yoon Sung-hyun o Burning de Lee Chang-dong también han abordado, desde ópticas muy distintas, la ansiedad económica, el desempleo y la creciente sensación de alienación. En este panorama de narrativas críticas e intensas, llega ahora Mis 84 m², dirigida por Kim Tae-joon y Sharon S. Park, un filme que encuentra en el mundo inmobiliario y las inversiones especulativas el escenario perfecto para desplegar una sátira tan incómoda como lúcida.
Del sueño de la casa propia al infierno de las deudas: una feroz crítica desde Corea del Sur
La película, disponible en Netflix, sigue a Woo-sung (interpretado por Kang Ha-neul), un joven asalariado en Seúl que, como muchos surcoreanos, sueña con tener su propio apartamento. Decide endeudarse hasta el cuello para comprar un minúsculo departamento de apenas 84 metros cuadrados por una suma que supera los 700 mil dólares. En su mente, está invirtiendo en estabilidad y dignidad, pero lo que encuentra es aislamiento, miseria y una interminable cadena de frustraciones que lo empujan al borde del colapso.
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Kim y Park construyen una historia donde el espacio físico (el departamento claustrofóbico de Woo-sung) se convierte en un reflejo literal y metafórico del sistema: muros angostos, calor insoportable, ruido constante que no tiene fuente identificable y vecinos que se lavan las manos. El protagonista comienza a vivir acosado por sonidos incesantes que simbolizan tanto la inestabilidad estructural del edificio como el desgaste psicológico y económico al que está sometido.
A medida que su situación financiera se deteriora, Woo-sung se enfrenta a un dilema: ceder a la tentación de una inversión que promete un retorno del 800% o seguir hundiéndose en la pobreza. La ironía se intensifica cuando el día en que el número llega a 815 es el 15 de agosto, Día de la Liberación en Corea del Sur. Esa coincidencia, cargada de simbolismo, solo profundiza el cinismo de la narrativa: ¿liberación de qué? ¿De la deuda o de las ilusiones?
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Mis 84 m² se aleja del humor extravagante de Bong Joon-ho (que este año estrenó Mickey 17 con Robert Pattinson) para optar por un tono más contenido, pero no menos perturbador. A través de una puesta en escena agobiante y una acumulación de detalles incómodos, como la comida robada de la oficina, la mugre acumulada y los posits pasivo-agresivos en la puerta, el filme transmite con eficacia la ansiedad permanente del protagonista. La dirección apuesta por el encierro, por planos cerrados que oprimen al espectador tanto como al personaje.
El relato desemboca en una espiral de desesperación donde el absurdo y la violencia se abren paso con una lógica propia, como si la codicia y el hartazgo destruyeran cualquier posibilidad de racionalidad. El guion se permite giros delirantes que parecen reflejar, no solo el deterioro mental de Woo-sung, sino también la esquizofrenia de un sistema que promete movilidad social mientras aplasta a quienes intentan ascender.