En el año 2000, Jennifer Lopez protagonizó un proyecto arriesgado que se alejaba de los papeles convencionales y la situaba en un terreno poco explorado por estrellas del mainstream: la ciencia ficción oscura y perturbadora. La célula, dirigida por Tarsem Singh, dividió a la crítica en su momento, pero logró un reconocimiento inesperado gracias a la visión de un célebre crítico que la incluyó entre lo mejor de ese año.
La trama sigue a la psicóloga Catherine Deane, interpretada por Lopez, quien utiliza una tecnología experimental que le permite adentrarse en la mente de pacientes en coma. Su talento es requerido por el FBI cuando un asesino serial, Carl Stargher, queda inconsciente dejando a su última víctima atrapada en un dispositivo mortal. Para rescatarla, Deane deberá navegar los retorcidos paisajes de la mente del criminal, donde lo surreal y lo terrorífico conviven con símbolos de fragilidad y trauma infantil.
‘The Cell’ pasó de ser incomprendida a convertirse en un clásico de culto
Más allá de su argumento, lo que convirtió a la película en una obra inolvidable fue su propuesta visual. Singh, que prioriza la estética sobre la narrativa convencional, se inspiró en artistas como H. R. Giger y Odd Nerdrum para construir escenarios oníricos que parecen pinturas en movimiento. Este enfoque deslumbró a algunos espectadores, pero también desconcertó a otros que encontraron la experiencia demasiado extraña o perturbadora.
New Line Cinema
A pesar de las críticas mixtas, la película fue un éxito moderado en taquilla, recaudando más de 100 millones de dólares a partir de un presupuesto de 33 millones. Sin embargo, su mayor defensor fue Roger Ebert, quien le otorgó cuatro estrellas y la ubicó en el sexto lugar de su lista de mejores películas del 2000. Para él, se trataba de un ejemplo de virtuosismo visual capaz de mezclar géneros y estilos con una originalidad pocas veces vista en el cine contemporáneo.
Los elementos más impactantes de la película provienen de sus secuencias dentro de la mente del asesino. Allí, la psicóloga enfrenta representaciones monstruosas, ambientes de pesadilla y momentos de horror explícito, como la icónica escena del caballo seccionado por placas de vidrio o la brutal desmembración de un agente del FBI. Estas imágenes, excesivas para algunos, contribuyeron a convertirla en una obra de culto.
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Un componente esencial para ese impacto visual fue el trabajo de la diseñadora japonesa Eiko Ishioka, ganadora del Oscar por Drácula de Francis Ford Coppola. Sus vestuarios para la película son recordados como piezas de arte en sí mismas: desde el traje ceremonial del asesino en su reino mental hasta la armadura biomecánica utilizada en el proceso de transferencia. Ishioka volvería a colaborar con Singh en otros proyectos, pero muchos consideran que su mejor aportación fue en esta producción.
Con el paso de los años, la valoración de la película ha cambiado. Lo que en su estreno fue visto como un exceso estilizado ahora se reconoce como una propuesta adelantada a su tiempo, capaz de unir el thriller policial con el surrealismo visual y la ciencia ficción psicológica. Incluso quienes critican las actuaciones desiguales coinciden en que la película dejó una marca estética que pocos proyectos de la época lograron.