La obra maestra de terror admirada por Guillermo del Toro y Alfred Hitchcock que merece resucitar 93 años después
Luis Fernando Galván
Interesado en las religiones del mundo y especialista en arte sacro medieval, mis géneros favoritos son las épicas de fantasía al estilo 'El señor de los anillos', 'Valhalla Rising' y 'El caballero verde', así como el terror religioso de 'El exorcista', 'Saint Maud' y '30 monedas'.

Pocas películas de terror logran perturbar el alma casi un siglo después de su estreno. Esta joya gótica, que fascinó al cineasta mexicano y al director de ‘Psicosis’, sigue proyectando su enigmático hechizo visual.

Hay películas que parecen no pertenecer a este mundo, obras que desafían el tiempo y el lenguaje cinematográfico. Una de ellas es Vampyr, dirigida por Carl Theodor Dreyer en 1932, una experiencia visual y sensorial que transformó el terror en poesía. Aunque en su estreno fue recibida con frialdad, hoy se le considera una joya maldita que anticipó los grandes experimentos del horror moderno. Guillermo del Toro y Alfred Hitchcock la admiraron profundamente. El primero, director de Frankenstein, por su atmósfera onírica; el segundo, autor de Los pájaros y Psicosis, porque la llamó “la única película que vale la pena ver dos veces”.

Frankenstein
Frankenstein
Fecha de estreno 23 de octubre de 2025 | 2h 30min
Dirigida por Guillermo del Toro
Con Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth
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3,4
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4,0
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El sueño fúnebre que transformó el terror en arte y sigue perturbando 93 años después

El desconcierto inicial del público se explica: Dreyer filmó Vampyr en una época en que el género de terror apenas se estaba definiendo, y lo hizo rompiendo todas las reglas. Lejos de los modelos expresionistas, como Nosferatu y El gabinete del Dr. Caligari, su película se acercaba más al arte experimental y al surrealismo que al relato gótico tradicional. Hoy, esa distancia es precisamente lo que la hace tan moderna. Cada encuadre, cada movimiento de cámara, parece surgir de un sueño febril donde la lógica se disuelve y el miedo habita en lo cotidiano.

El protagonista, Allan Gray (interpretado por el barón Nicolas de Gunzburg, quien además financió la película) llega a un pueblo francés envuelto en niebla. En una de las primeras secuencias, presencia a un hombre con una guadaña que toca una campana para llamar al transbordador del río. La imagen es sencilla, pero sugiere una metáfora de la muerte: un eco del Caronte que guía a las almas al más allá. Desde ese momento, la película se desliza por una frontera incierta entre el sueño y la vigilia, lo real y lo espectral.

Tobis Filmkunst

De la niebla y la muerte: la película que cambió para siempre la forma de filmar el miedo

Dreyer filmó Vampyr durante la transición del cine mudo al sonoro, y esa indefinición técnica refuerza su misterio. Fue rodada sin sonido y doblada después, lo que genera un efecto inquietante: las voces parecen flotar sin cuerpo, los ruidos se sienten ajenos, y hasta los ladridos de los perros fueron recreados por imitadores profesionales. Todo suena desfasado, como si el mundo del filme no obedeciera las leyes físicas del nuestro.

La imagen no es menos perturbadora. Dreyer y su director de fotografía, Rudolph Maté (el mismo de La pasión de Juana de Arco), cubrieron la lente con una gasa para conseguir una atmósfera lechosa, casi irreal. Los espacios carecen de continuidad lógica; los personajes emergen de las sombras sin aviso, y las sombras mismas cobran vida propia, moviéndose libres de sus dueños. La cámara, flotante y etérea, parece la de un fantasma que recorre los pasillos de un mundo al borde del colapso.

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La trama, inspirada en Carmilla y otros relatos de Sheridan Le Fanu, introduce una figura poco habitual en el cine de la época: la vampira. Lejos del depredador masculino de Bram Stoker, esta criatura es símbolo de contagio espiritual, de deseo y corrupción. La joven víctima, Léone, interpretada por Sybille Schmitz, oscila entre la vida y la muerte con un rostro de éxtasis y terror. Sus gestos, amplificados por los primeros planos, evocan tanto la histeria clínica como la entrega mística.

Poco más de nueve décadas después, Vampyr sigue siendo una experiencia hipnótica e irrepetible. Es una película que invita a perderse en la niebla de lo desconocido, donde cada sombra puede ser un alma y cada reflejo, una puerta a otra dimensión. Dreyer no solo filmó una historia de vampiros, sino un sueño lúgubre sobre la fragilidad de la existencia. Un sueño que, como los grandes mitos del terror, no deja de despertar.

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