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    Pequeña gran vida
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Pequeña gran vida

    Alguna vez tenía que fallar Alexander Payne

    por Carlos Gómez Iniesta

    Alexander Payne nos tiene tan malacostumbrados a la gran calidad emotiva de sus largos, que las expectativas para Pequeña gran vida (Downsizing) eran muchas. Y ese impetú se mantiene durante el primer acto de la película. Una trama exquisita: en un futuro cercano, la gente común podrá reducir su tamaño –hasta medir unos 12 cms– pagando unos cuantos miles de dólares. Los beneficios son muchos: entre los ecologistas, reducir el espacio ocupado por el humano en el planeta y contrarrestar su escasez de recursos. Para el ciudadano de a pie, reducir el costo de vida y aprovechar los ahorros para comprar mansiones que por su tamaño de juguete son accesibles para todo mundo.

    Entonces vemos la travesía de Paul Safranek (Matt Damon) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) quienes se debaten entre reducirse o no. Tras tomar la decisión irreversible, llega la segunda parte de la película: El camino de Paul por encontrarle sentido a la vida. El destino lo encuentra a través de su vecino Dusan Mirkovic (Christoph Waltz) que lo introduce a las fiestas, las drogas, el contrabando, y por casualidad, al activismo social.

    Como podrán adivinar, éste es el principio del fin. El discurso que se centraba en el amor de pareja y metáforas del consumismo, explota para hablar de todo y nada, incluso del destino del planeta y los derechos de las clases desprotegidas. Forzadas las situaciones, forzados los diálogos, forzado el amor. Los personajes que gozaban de interés se van diluyendo hasta convertirse en la decoración de un final que termina por ser risible. Cualquier cosa que hubiera pasado para entonces ya daba lo mismo.

    Con ésta y Suburbicon no fue un buen año para Matt Damon (exceptuando su gracioso e inesperado cameo en Thor: Rangarok). Pero no esperabamos que eso sucediera con el director tras la multinominada al Oscar, Nebraska. Después de cuatro años de ausencia, el cineasta buscó un nuevo camino para regresar. Dejó la intimidad de las familias y los amigos que ya se consideraban temas intrínsecos a su estilo, para ampliar los horizontes, literalmente, a escala planetaria. Y no se le debe culpar por intentarlo, pero quizá si se hubiera concentrado en uno de los varias temas que toca esta cinta, solo en uno, estaríamos hablando de una de las películas más propósitivas del año, más parecido a los buenos tiempos creativos de Michel Gondry. Lamentablemente, exponer todas sus preocupaciones en un solo texto pierde el impacto y el interés de un público que lo ha seguido a lo largo de su carrera.

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