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El hospital como espacio de condena
por Luis Fernando GalvánLa fascinación de Netflix por los crímenes reales continúa, pero en esta ocasión Ryan Murphy (Ratched, La historia de Jeffrey Dahmer) no está involucrado. Para su primer largometraje en inglés, el cineasta danés Tobias Lindholm (coguionista de Una ronda más y director de Una guerra) elige una historia tan perversa como cautivadora y desafiante que trata no sólo de las horribles acciones de Charles Cullen, un hombre que mató a 29 pacientes bajo su cuidado (y probablemente algunas decenas más) sino que también elabora una sutil crítica contra la ineficacia de los sistemas de salud.
Ambientada en 2003, Amy (Jessica Chastain) es una enfermera nocturna que espera mantener su empleo, en un hospital de Nueva Jersey, durante unos meses más para poder tener un seguro médico, ya que padece una afección cardíaca que requiere un trasplante, aunado a que debe mantener a sus dos pequeñas hijas. Amy comienza a establecer una relación cercana con Charlie (Eddie Redmayne), un nuevo enfermero que rápidamente se convierte en su apoyo y confidente, dispuesto a apoyarla en el trabajo y en el hogar, convirtiéndose gradualmente en parte de la familia. Sin embargo, cuando un paciente anciano muere repentinamente, Amy está desconcertada por la pérdida, y poco después aparecen los detectives Baldwin (Nnamdi Asomugha) y Braun (Toby Emmerich), que quieren descubrir más sobre la extraña situación.
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Con reminiscencias de la reciente serie Dr. Death, protagonizada por Joshua Jackson y Alec Baldwin, que también describe hasta dónde llegan los hospitales y las asociaciones para encubrir comportamientos negligentes e incluso intencionalmente dañinos, El ángel de la muerte sigue un hilo similar. A Cullen se le permite mudarse de un hospital a otro sin ninguna consecuencia, sin emprender acciones que pudieran exponerlos a una responsabilidad compartida.
Chastain ofrece un trabajo consistente como Amy, encargada de interpretar averías corporales y desarrollar habilidades de detective, con el personaje a la altura de las circunstancias cuando los datos sobre medicamentos faltantes y la inexactitud de dosis en los pacientes comienzan a revelarle el verdadero rostro de Charlie, conformando una realidad que ella no está preparada para entender. Por su parte, Redmayne interpreta a Cullen con gentil consideración. Al verlo caminar por los pasillos, inocuo, de hombros caídos y pasos silenciosos, uno no pensaría que está frente a un asesino serial. El hombre, a pesar de todas sus horribles acciones, nunca es particularmente siniestro en apariencia, lo que quizás lo haga aún más peligroso y, al final, escalofriante.
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Contar con eficacia la personalidad y las motivaciones más íntimas de un asesino en serie nunca es fácil, muchas veces se cae en la más pura banalización de los actos crueles, peor aún en hacerlos espectaculares a toda costa, terminando por irritar a un sector de la audiencia. La película de Lindholm, en cambio, se adelanta a las expectativas y el morbo del público y decide tomar el camino quizás más seguro y transitado, empaquetando una película con tintes de thriller que enfatiza la negligencia inaceptable por parte de los hospitales que alojaron a Cullen como empleado.
De hecho, la elección de mostrar la historia a través de los ojos de Amy es sumamente inteligente. De esta forma, el espectador absorbe inmediatamente su punto de vista, observando los hechos con desapego y frialdad. Y al mismo tiempo conocemos la historia de Amy, descubriendo su coraje y sus dificultades, opacando el pasado de Cullen, cuyas turbulencias y pasado permanecen inexplorados. Lindholm no ofrece ninguna contextualización del asesino en serie porque no hace falta: lo que hay que mostrar es el dolor infligido a los pacientes y familiares de las víctimas; la total falta de remordimiento del verdugo; la negligencia de quienes le permitieron continuar sin ser molestado; y el coraje de quienes, desafiando el sistema, lo llevaron ante la justicia. Todo ello, el director lo consigue con las más altas notas.
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Entonces, más allá de las atrocidades cometidas por Cullen, la película resulta pertinente por abrir una discusión sobre los sistemas de salud burocráticos, resquebrajados y corruptos. El guión de Krysty Wilson-Cairns (1917, El misterio de Soho) sugiere tonos perturbadores, pero no son explícitos, y Lindholm no está interesado en hacer una historia de terror, prefiere centrarse en los elementos procesales del thriller médico para elaborar una descripción pertinente de la investigación policial y las frías maquinaciones de la burocracia hospitalaria.
