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    La forma del agua
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    La forma del agua

    La forma del agua

    por Carlos Gómez Iniesta

    Guillermo del Toro llega a su décima película. Lo hace de la mano de otra de sus gloriosas heroinas, justo como lo ha hecho en sus trabajos de mayor consideración. Ella es Elisa Esposito, intepretada por una magnifica y cándida Sally Hawkins, personaje que perdió el habla cuando niña y que ahora trabaja haciendo limpieza en una base militar cerca de Baltimore.

    Capturado en Sudamérica, les entregan un anfibio antromorfo que será estudiado en aquel complejo secreto tan propio de la Guerra Fría. Con el tiempo, ella y el "asset" desarrollan una relación peligrosa que se va transformando en una profunda amistad. Muy cerca de esta naciente amistad está Strickland (Michael Shannon), el antipático supervisor de seguridad que después de torturar a la criatura en cautiverio, querrá diseccionarla para conocer la biología que le permite vivir fuera y dentro del agua, utilidad que podría impulsar a los estadounidenses en la carrera espacial contra los rusos. Elisa, con algunos de sus amigos, hará todo lo que está en sus manos para salvar a quien le enseñó que los defectos vistos a través del amor deben convertirse en virtudes. Aunque sea un engendro, ella no dejará que el gobierno o los espías le pongan las manos encima. 

    En el inicio, la voz en off de un personaje desconocido inicia contando una fábula de narrativa circular. Mientras, viajamos dentro de una secuencia hogareña en las profundidades del agua. Desde ese primer cuadro, la voz, la música submarina –si así se le puede llamar– y el ambiente, nos instala en la magia de Guillermo Del Toro, quien desde ahí se impone como el mejor director de cine fantástico de la actualidad. Reescribe las reglas del cine de monstruos –que el mismo ayudó a plantear– para contar una historia de amor que contrasta con el resto de su filmografía. Aquí el monstruo (otra vez interpretado por Doug Jones), no se oculta en la penumbra, acechante, listo para hacer saltar al espectador con un movimiento brusco para cobrar venganza de sus captores.  Aquí es diferente en forma y fondo. Él es el que tiene que ser rescatado. Además, aparece en pantalla de cuerpo completo en su gloriosa fealdad, haciendo cosas inusuales para los de su tipo como entrar en transe en medio de las butacas de un enorme cine mientras corre una película bíblica o bailar en un músical hollywoodense en blanco y negro. Imágenes soberbias, partidas de un profundo respeto de su creador y que sólo él puede lograr sin tirar la película por la borda. Son los humanos, los normales, los que aquí sufren por sus carencias: La colega de trabajo de Sally justifica la frialidad de su marido en cada plática; su mejor amigo no puede encontrar el amor y la estabilidad emocional; el jefe de seguridad está obsesionado con entregar resultados, ya sea en casa o en el trabajo–. La historia avanza y la gente se enamora, se rie, hay asesinatos y emocionantes persecuciones. Y mientras esto sucede, Del Toro todavía se da oportunidad de mostrar una sentida carta de amor, un tributo al cine y televisión de la época dorada, con escenas o pasos de baile o diálogos icónicos. Una genialidad.

    Es precisamente por eso que la fotografía de Dan Lausten (Mimic, La cumbre escarlata) en tonos verdes, azules y rojos llena de simbolismos la pantalla. Lo mismo que la música de Alexander Desplat (ganador del Oscar por Hotel Budapest), el diseño de producción de Nigel Churcher (Baby Driver), todos dignos de encontrarse en la próxima época de premiación. También el guión, que por primera vez coescribe con una mujer Vanessa Taylor (Game of Thrones), que quizá dotó de profundidad el universo femenino. Es verdad que aquí no encontramos las lecciones de vida de El laberinto del Fauno, pero sí hay una visión más positiva, fresca, con una semilla cómica, que poco explota el realizador en sus producciones originales. Si hubo un tropezón con La cumbre escarlata, su trabajo anterior, con La forma del agua confirmamos que el cineasta está en el top de su oficio. Un autor con todas sus letras.

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