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    Yo, Tonya
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Yo, Tonya

    Irónica reaparición de uno de los personajes más odiados de los 90

    por Carlos Gómez Iniesta

    El docudrama dirigido por Craig Gillespie, quien ha mostrado buena vena para la comedia y el deporte con Fright Night y El chico del millón de dólares, logra el tono justo para reinterpretar la tragicomedia real de la patinadora olímpica Tonya Harding. Magistralmente intepretada por la australiana Margot Robbie (Lobo de Wall Street), que la encarna desde su juventud hasta su madurez, y que se transforma en una de las estadounidenses que más animaversión causó en la década de los 90. 

    La cinta comienza con una americana promedio sentada en una cocina de clase media, fumando, mientras rememora los buenos tiempos. Es la misma Tonya en edad adulta, rompiendo la cuarta pared, relatándonos el ascenso y degradación de la fama. En flashbacks vemos a la niña de un hogar roto que encontró un escape en el patinaje artístico practicado por órdenes de su madre. Esta mujer es durísima con su hija, sarcástica, excéntrica, fría. Es uno de esos personajes que pueden presentarse solo una vez en la vida de un actor, que tomado como lo hizo Allison Janney, se convierte en un portentoso retrato que ha arrasado, con justicia, en toda la época de premiación actoral.  

    Es gracias a su mamá (o a pesar de ella) que la pequeña Tonya logra una disciplina que la lleva al máximo circuito de este deporte. La obliga a orinar en la pista si quiere salir al baño, no le permite socializar con las otras niñas porque son sus rivales y exije a su profesora (Julianne Nicholson), quizá la única que muestra  simpatía desinteresada por la joven, que explote sus habilidades al límite. Al convertirse en adolescente, la patinadora comienza una relación con Jeff (Sebastian Stan), quien será en parte culpable de su decadencia al involucrarla en el hecho que la hizo salir del mundo del deporte para convertirse en carne de tabloides: el atentado contra su rival profesional Nancy Kerrigan antes de las Olimpiadas de 1994. 

    Robbie, también productora de la cinta, encontró el vehículo de lucimiento perfecto en el particular guión de Steven Rogers (Quédate a mi lado). Aquí todo personaje tiene derecho de réplica. Cada uno cuenta su particular visión de los hechos, recurso narrativo que hace imposible juzgarlos. Todos reconocemos a la australiana por el destacable trabajo como Harley Quinn en Escuadrón Suicida, pero ahora que anda el camino probado por otras actices –transformarse físicamente para interpretar a un personaje odiado– hacen que conozcamos un mayor rango actoral que pocas veces le hemos visto. Sólo que hay que agregarle la virtud de haber aprendido a dominar la técnica que exije el meterse en una patinadora profesional (de la única que podía hacer giros triple axle, nada menos). Es gracias a ella que los variopintos personajes que gravitan a su alrededor son tan interesantes: Se convierten, sin quererlo, en la fuerza centripeta que le impide salir de su miserable condición.

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