Mi cuenta
    Cyrano mon amour
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Cyrano mon amour

    Retrata la belleza de la improbabilidad del éxito

    por Carlos Gómez Iniesta

    Cyrano Mon Amour de Alexis Michalik cuenta cómo se escribió la obra de mayor éxito del teatro francés, basada a su vez, en la vida de otro célebre escritor y dramaturgo, Cyrano de Bergerac, acaecido en 1655. En ella vemos al muy joven autor Edmond Rostand (Thomas Solivérès) que en 1897, con 29 años, muchas deudas, dos hijos y su fiel esposa Rosemonde Gérard (Alice de Lencquesaing) le encargan montar una obra a todo vapor para ganar algunos francos. Más por desesperación que por ganas, basó el encargo en aquel peculiar soldado. Porque eso de la inmortalidad era algo que ni siquiera le pasaba por la cabeza. 

    Al exponerse a Edmond –título original en francés– es imposible no recordar a Shakespeare enamorado. La cinta también se arma de aquellos pasajes que hicieron que el agobiado autor contrarrestara el mal de la hoja en blanco. Una máscara de gran nariz colgada por ahí, una camisa sangrante por allá fueron detalles ínfimos que lo iluminaron para modelar su personaje. Pero, como generalmente sucede, es una mujer la principal inspiración de una obra que se convirtió en esencial de los escenarios. Es gracias a un emotivo enredo romántico que involucra a su bien parecido amigo Leon (Tom Leeb), a una bella vestuarista llamada Jeanne (Lucie Boujenah), y a él, debatiéndose por mantenerse fiel a su esposa, que conocemos esta obra sigue viva tras siglos de su estreno. Incluso en versiones cinematográficas como aquella en la que el mismo Constant Coquelin resescenifica el divertido duelo –fue actor real que la protagonizó y que aquí es interpretado por Olivier Gourmet– o en aquella  versión de 1991 protagonizada por Gerard Depardieu. Estamos hablando de la obra de teatro de mayor éxito en Francia y su origen no pudo ser más apresurado, presionado y terrenal. O al menos así lo cuenta Cyrano Mon Amour.

    Con una correcta recreación de la época en París, es un lujo ver el mundo del teatro de finales de sigo XIX, amenazada por la incipienete competencia del cinematógrafo, mientras en la duela se sigue trabajando con las gruesas cuerdas para levantar telones y su iluminación a vela. Es divertido también comprobar que el oficio no ha cambiado desde entonces. Situaciones que ya vimos retratadas en cintas como Tercera llamada o Los productores, vuelven a aparecer. Los egos de las primeras actrices, los problemas de financiamiento, los que ganan papeles sin mérito alguno, la siempre azarosa relación con el público, nada ha cambiado. Todo ello resulta en una comedia que aunque no tiene más intenciones que hacer pasar un buen rato, sirve también para conocer un hecho histórico trascendental de las artes universales. 

    Es así como el director parisino Alexis Michalik presenta su ópera prima con gran éxito. De hecho, esta cinta es una curiosa historia dentro de la historia dentro de otra historia, pues el mismo Alexis escribió y montó esta obra de teatro que se presentó con gran éxito en varias ciudades de Europa y que con el tiempo decidió adaptarla al cine. Debió ser imposible para el realizador identificarse con Edmond, con sus nervios, su temor al fracaso, sus tentaciones y la fama

    El resultado es una película emotiva, blanca, que lo mismo enseña sobre lo improbable del éxito, como de la inspiración, la confianza en uno mismo y en el amor. Es también una bella muestra de cariño al teatro escrita por quienes, a través de los siglos, se inspiraron en él para seguirlo perpetuando. Una gran adición al Tour de Cine Francés del 2019.  

    Comentarios

    Back to Top