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    Había una vez... en Hollywood
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Había una vez... en Hollywood

    ¿Tenemos que amar a Tarantino por todo lo que haga?

    por Carlos Gómez Iniesta

    El cine de Quentin Tarantino cada vez polariza más. Yo soy del equipo que lo sigue considerando uno de los directores vivos más interesantes, cuyos filmes no se parecen a los de nadie, pero que, al menos con su dos últimas entregas, Django sin cadenasLos ocho más odiados sobre todo, no ha podido regresar a su mejor nivel. Con Había una vez... en Hollywood (Once upon a time in Hollywood) tampoco lo hace. La presentación de su noveno largometraje en el Festival de Cannes simplemente no correspondió a las expectativas que causó su tardía inclusión en la competencia.

    Hasta antes de su estreno, la cinta se vendió como otra recapitulacion de la trágica historia de Sharon Tate a manos de Charles Manson. Aplaudamos pues que se haya ido por otro lado, pues ya se cuentan por decenas la cintas, documentales, series y hasta parodias que desmenuzan el caso. Había una vez... en Hollywood en realidad habla de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor mediano quien ha aparecido en varios programas de televisión, westerns y cintas bélicas de poca importancia. Las formas en que se maneja Hollywood lo han obligado a transitar por diferentes caminos para continuar su carrera. Estos senderos siempre los ha recorrido junto con Cliff Booth (Brad Pitt) su stuntman y mejor amigo quien con su inacabable seguridad le da apoyo moral, consuelo ("no llores frente a los mexicanos"), le sirve como chofer y le ayuda en casa. Es en esta inusual dupla actoral donde se encuentra el oro del filme: A DiCaprio sí lo conocíamos iracundo, pero no ultrasensible, inseguro, tartamudo. Con Pitt, quizá los Coen nos habían dado una pista en Quémese después de leerse, pero aquí su personaje exprime todo el carisma que porta el actor. Juntos hacen una mancuerna que deberá entrar en las mejores buddy movies de la época. No sólo por la evidente química que hacen sino también por lo improbable de esta relación laboral fuera de la pantalla. 

    La historia se desarrolla de febrero a agosto de 1969 en California y una parte en Italia. El vínculo entre Rick y Sharon Tate (desaprovechada Margot Robbie) se da por la casualidad de vivir en la misma calle. Vecinos y colegas que apenas se voltean a ver. Cada uno por su lado nos llevan por los sets y fiestas del Hollywood entre el apogeo del movimiento hippie. También por las calles y cines célebres de Los Ángeles gracias a la estupenda dirección de arte de Barbara Ling (The Doors). Ésta es la carta de amor a la ciudad y época que marcó al autor desde los seis años: Aquellos días cuando era sagrado reunirse frente a la televisión a ver programas como FBI y se escuchaba el programa de Ray Bradbury en el radio. Es curiosa la aparición de celebridades como pocas veces las habíamos visto: un chismoso Steve McQueen, un relajiento Roman Polanski o un Bruce Lee pasándola mal en una pelea –uno de los momentos más divertidos de la película–. También hay un largo y sentido tributo al spaghetti western con todo y referencia directas a Sergio Corbucci y las cintas filmadas en Almería, España. Claro, eso da pie a la invención de decenas de películas dentro de las película que es el vehículo principal de lucimiento de Rick. Pero ni todas estas piezas, donde claramente se identifica el estilo del director, se sienten parte del mismo rompecabezas. Lamentablemente esas apariciones y algunas situaciones sólo se quedan en viñetas sin desarrollo o con nulo impacto directo en la historia.

    La cinta tarda casi dos horas y media en tributos y autorreferencias para juntar los destinos de Dalton, Cliff, Tate y Charles Manson en la secuencia final. Ahí sí lo hace en su tono más divertido, interesante, violento, gráfico, con diálogos estupendos pero con un recurso que funcionó perfecto en Bastardos sin gloria hace nueve años pero que no es tan fulminante al usarlo de nuevo. Es otra venganza poética en donde se vuelve a burlar del culto a los enemigos públicos más despreciados (¿ya podríamos llamarles fake films?)  Eso sí, aceptemos que el cuestionamiento que provoca es interesante, incluso cuestionable: ¿qué hubiera pasado si en lugar del mediatizado crímen contra una celebridad sólo tuviéramos una anécdota vecinal? ¿se está minimizando el asesinato de una mujer embarazada y otras personas reales? ¿de qué estaría compuesta la psique del americano promedio si la ejecución de los planes de este culto simplemente no se hubieran logrado? ¿a quién se le habría dedicado tanta tinta y fotogramas si no existiera uno de los demonios favoritos del entretenimiento como lo sigue siendo Charles Manson?  Guste o no, este crímen sigue siendo parte del zeitgeist del estadounidense. 

    El error de narrativa fue engolosinarse con los tributos y autoreferencias para que todo trate de sostener una sóla anécdota final ficcionada. ¿Es posible que le haya faltado tiempo en la sala de edición para poder llegar a su estreno? No lo sabremos, pero por lo presentado en Cannes, Había una vez...en Hollywood no es la cinta que renovará el estilo del cineasta o, si bajamos las pretenciones, la que lo haga superarse a sí mismo. Lo dicho: nadie hace cine como él, pero no debería amársele a ciegas como líder de culto religioso. Hay que aceptar que Tarantino no está en el top de su juego. Ni aquí ni de cara a su próxima y última película –si decidimos creerle que la décima lo será–.

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