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    Caótica vuelta a la dirección de Gael García

    por Carlos Gómez Iniesta

    Chicuarotes de Gael García Bernal fue presentada fuera de competencia en el festival de Cannes 2019. Como los personajes de la cinta lo dicen, "chicuarotes" es el gentilicio de los habitantes de San Gregorio Atlapulco en Xochimilco, alcaldía de la Ciudad de México. Uno de los significados de la palabra "atlapulco" es "en las tierras fangosas". Algo de eso hay en la segunda película del actor mexicano como director. 

    Esta vez Gael no aparece a cuadro como sucedió en Déficit. La cinta se centra en el Cagalera (Benny Emmanuel) que junto con su amigo el Moloteco (Gabriel Carbajal), están decididos a mejorar sus condiciones de vida tras lo poco redituable que es ser payaso de microbús. Un conocido les ofrece convertirse en "aviadores" de la Comisión Federal de Electricidad para vivir sin trabajar y ellos llevarán a cabo un par de delitos para conseguir el dinero que el favor exige. Pero su misma torpeza y exceso de confianza los pondrán en serios aprietos. 

    El guión, coescrito con Augusto Mendoza (Abel), pretende abarcar demasiados temas. Nada menos que la falta de oportunidades para los jóvenes, la violencia familiar, la homosexualidad, el poder de los capos, el pueblo haciendo justicia por su propia mano, el secuestro infantil, la corrupción, la amistad, el amor adolescente... Todos tratando de pasar por un cuello de botella de 95 minutos de duración. Y aún así, también se da tiempo para caer en la tentación de la autorreferencia, mostrar extractos del programa chileno 31 minutos –país de amistades y producciones– o hacer que Víctor (Pedro Joaquín) lea Un hilito de sangre cuya adaptación fue el primer protágonico del coproductor de la cinta, Diego Luna. Por eso es de esperarse que para evitar que el ritmo se empantane, vayan desapareciendo subtramas y personajes que debilitan el resultado final: ¿Qué pasa con el Planchado (Ricardo Abarca) a quien se le dedicaron secuencias enteras? ¿De pronto ya no fue tan importante perder la pistola? ¿Nadie encontró sospechoso que el Baturro (Enoc Leaño), tan grande y bocafloja como es, no se presente en la reunión del pueblo? Aquí o hay problemas de guión o de edición. 

    El personaje principal, mejor dicho, la cinta entera, rebota en diferentes tonos continuamente. Navega con ligereza para, de repente, llegar a lugares obscuros y luego volverse a la comicidad. Vemos al Cagalera cargándole calor a los estilistas trans del barrio para después saltar al drama de una madre que es violentada sistemáticamente. Sugheili (Leidi Guitérrez), el interés romántico, sufre intensamente a manos de sus conocidos pero antes vimos cómo los chavos coquetean en tono de broma con un par de mujeres policías pasadas de peso y su posible uso de lencería. También es desafortunado ver a Dolores Heredia o a Daniel Giménez Cacho en un rango actoral desentonado (vaya arco el que le tocó a ella). O a Enoc Leaño, sobreactuado, desbordado, vociferando que es nieto del paladín Belisario Dominguez pero también fanático de la vedette Olga Briskin. Tanto el elenco, como Benny Emmanuel, reciente ganador del Premio Mezcal a actuación en el Festival de Guadalajara, hubieran funcionado mejor con una dirección de actores más certera.  

    Destaquemos algunos momentos de la cámara de Juan Pablo Ramírez (7:19) como el emplazamiento por debajo del ataúd o la poderosa imagen del payasito a espaldas de una turba enfurecida. Todas estas corrientes chocan en un acto final cuando todo ya está desbordado y, sin embargo, en una última oportunidad, el director logra maneter la tensión que necesita para el desenlace. Si no fuera por eso, poco interesaría entender la metáfora de los ajolotes, criaturas endémicas de Xochimilco que se transforman para poder salir del agua. Entonces uno comprende que el Cagalera, el Moloteco, quizá todo el pueblo de San Gregoria Atlapulco, haría lo que sea por salir del agua que les está llegando hasta las narices. Se agradece que aquí se quiera construir un microcosmos, pero no era necesario que su segunda película fuera más ambiciosa en terminos de producción y temas si no se podían controlar sus propias reglas (Déficit funciona al enfocarse en una sola demanda). Aquí, con tantos temas y un final tan abierto, se pierde un discurso que pudo haber sido mucho más poderoso. 

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