3 joyas del cine de terror mexicano que no necesitan del color para producir pesadillas
Luis Fernando Galván
Interesado en las religiones del mundo y especialista en arte sacro medieval, mis géneros favoritos son las épicas de fantasía al estilo 'El señor de los anillos', 'Valhalla Rising' y 'El caballero verde', así como el terror religioso de 'El exorcista', 'Saint Maud' y '30 monedas'.

No siempre se necesita color para despertar el miedo. Estas tres joyas del terror mexicano demuestran que el blanco y negro puede ser más perturbador que la sangre y los gritos, sumergiendo al espectador en una oscuridad que parece no tener fin.

A lo largo de la historia del cine, el blanco y negro ha sido mucho más que una limitación técnica: es una elección estética que define atmósferas, emociones y universos enteros. Desde los contrastes expresionistas de Nosferatu de F. W. Murnau hasta los juegos de luz y sombra en El ciudadano Kane de Orson Welles, el blanco y negro ha servido como un lenguaje visual cargado de misterio y profundidad. Incluso en el cine contemporáneo, directores como Pawel Pawlikowski, con Guerra Fría, han demostrado que despojar de color una imagen puede intensificar su poder emocional.

En el género del terror, el uso del blanco y negro adquiere una dimensión aún más perturbadora. La ausencia de color convierte cada sombra en una amenaza, cada destello de luz en un indicio de lo siniestro. Películas como La noche de los muertos vivientes de George A. Romero o El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene no solo marcaron una época, sino que transformaron la manera en que percibimos el miedo: no como algo visible o tangible, sino como una sensación que se insinúa en los límites de la percepción.

El cine mexicano también ha explorado esas zonas oscuras, utilizando el blanco y negro no solo como recurso visual, sino como una forma de construir identidad y atmósfera. Desde los años treinta, el terror mexicano encontró en la escala de grises un espacio para hablar del alma, de la muerte y de los miedos colectivos. En estas tres joyas del género se revela cómo el horror nacional ha sabido dialogar con la tradición universal, creando imágenes que permanecen vivas en la memoria precisamente porque nacen de la sombra.

‘El fantasma del convento’

Producciones FESA

Considerada una de las primeras joyas del terror mexicano, El fantasma del convento narra la historia de una pareja y su amigo que, tras perderse en una noche de tormenta, buscan refugio en un antiguo convento habitado por monjes misteriosos. Lo que parece un resguardo temporal se convierte pronto en una experiencia inquietante, cuando la culpa, el deseo y el pecado toman forma entre los pasillos silenciosos y los rezos apagados.

El uso del blanco y negro en esta película de Fernado de Fuentes es magistral: las paredes desnudas del convento y los pasillos iluminados por velas adquieren una cualidad espectral, transformando los espacios religiosos en zonas de condena y penitencia. La iluminación contrastante enfatiza la dualidad entre la fe y la tentación, entre el cuerpo y el espíritu. Cada sombra parece tener vida propia, insinuando la presencia de fuerzas invisibles que observan, juzgan y castigan.

‘Misterios de ultratumba’

Alameda Films

Misterios de ultratumba combina el horror gótico con la ciencia ficción al narrar la historia de dos médicos que intentan descubrir los secretos de la vida después de la muerte. En su obsesión científica, uno de ellos se atreve a cruzar los límites de lo natural, desatando una serie de eventos que pondrán en riesgo su cordura y su alma. El director Fernando Méndez plantea una reflexión sobre el deseo humano de desafiar la muerte y la delgada línea entre el conocimiento y la arrogancia.

El blanco y negro intensifica el conflicto moral y metafísico que atraviesa la historia. Las luces intermitentes del laboratorio, los cuerpos tendidos sobre las camillas y las sombras que se alargan como presagios visuales construyen un lenguaje de lo incierto. La ausencia de color vuelve tangible el horror de lo invisible: los límites entre vida y muerte se confunden en un espacio donde la oscuridad no solo es amenaza, sino también conocimiento.

‘El esqueleto de la señora Morales’

Alta Film S.A.

El esqueleto de la señora Morales cuenta la historia de un taxidermista, Pablo Morales (Arturo de Córdova), que vive atormentado por su esposa Gloria, una mujer obsesionada con la religión y llena de resentimiento. Cansado de su humillación constante, Pablo decide planear una venganza tan macabra como ingeniosa. El resultado es una comedia negra que explora el horror doméstico y la perversidad que puede esconderse tras las apariencias de una vida respetable.

El uso del blanco y negro por parte del director Rogelio A. González contribuye de manera decisiva al tono irónico y perturbador de la película. Las sombras profundas y los contrastes marcados entre los espacios domésticos y los cuerpos disecados en el taller reflejan la tensión entre lo cotidiano y lo monstruoso. Este recurso estilístico, lejos de atenuar el horror, lo refina: cada encuadre parece una composición moral donde la pureza aparente de la fe y la oscuridad del crimen se confunden en un mismo trazo.

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