La nueva película de Netflix, Frankenstein de Guillermo del Toro, renueva la fascinación por una de las historias más influyentes del Romanticismo. En su versión, Oscar Isaac encarna a Victor Frankenstein, el joven científico que se atreve a desafiar las leyes de la naturaleza para crear vida a partir de la muerte. Del Toro, obsesionado desde hace décadas con los monstruos y los márgenes de lo humano, retoma el relato como un estudio sobre la ambición, el conocimiento y la culpa.
En la novela original de Mary Shelley, publicada en 1818, Victor es presentado como un hombre consumido por su deseo de saber. “Para examinar las causas de la vida”, escribe Shelley en su novela, “debemos primero recurrir a la muerte”. Su aprendizaje en anatomía lo lleva a profanar tumbas, observar cuerpos en descomposición y recolectar fragmentos humanos para su experimento. Lo que comienza como una búsqueda científica se convierte en una obsesión que lo separa del mundo y lo conduce al horror de su propio acto creador.
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El instante en que infunde vida a su criatura, descrito por Shelley como una noche tormentosa de noviembre, marca el punto de no retorno. “Vi el ojo amarillento del ser abrirse; respiró con dificultad y un movimiento convulsivo agitó sus miembros”. En ese destello, Victor Frankenstein se convierte en símbolo de la ciencia desbordada, heredero imaginario de una larga tradición de artistas, médicos y anatomistas que, antes de él, buscaron los secretos de la vida explorando los límites de la muerte.
Leonardo da Vinci (1452- 1519)
Royal Collection
Fascinado por el cuerpo humano como máquina perfecta, Leonardo da Vinci realizó más de setecientos dibujos anatómicos basados en la observación directa de cadáveres. En sus cuadernos registró músculos, órganos y esqueletos con una precisión que no sería superada durante siglos. Su curiosidad lo llevó a diseccionar cuerpos en hospitales de Florencia y Milán, en una época en que esa práctica estaba casi prohibida.
El artista italiano, responsable de obras icónicas en la historia del arte como La Gioconda y La última cena, no buscaba solo reproducir la forma, sino comprender el movimiento, la respiración y el flujo de la sangre. En sus estudios del corazón y del feto humano se percibe la misma inquietud que animaría siglos después a Victor Frankenstein: la convicción de que el conocimiento podía imitar a la naturaleza y tal vez superarla.
Andreas Vesalio (1514-1564)
The Met Museum
Considerado el padre de la anatomía moderna y autor del tratado De humani corporis fabrica (1543), Andreas Vesalio rompió con siglos de enseñanza dogmática al basar el estudio del cuerpo en la observación directa y no en la autoridad de Galeno. Vesalio diseccionó criminales ejecutados y elaboró con sus estudiantes detallados grabados anatómicos que revelaban el cuerpo como un territorio complejo, digno de exploración visual y científica. Su audacia transformó la medicina y el arte: los grabados de su Fabrica no solo enseñaban a los médicos, sino que inspiraban a artistas renacentistas a representar la anatomía con rigor y belleza.
Govard Bidloo (1649-1713)
The First Edition
En el siglo XVII, el neerlandés Govard Bidloo continuó esa tradición con su monumental Anatomia humani corporis (1685), un compendio ilustrado con 105 láminas de cobre que son consideradas entre las más bellas del Barroco. Profesor de anatomía en La Haya, Bidloo concibió el cuerpo como un mapa que debía ser explorado con la misma precisión con que un pintor observa la luz y la sombra. Su obra, a medio camino entre el tratado médico y la alegoría artística, mostró al cuerpo humano como materia de conocimiento, pero también como paisaje de la mortalidad.
Daniel Turner (1667-1740)
Wellcome Collection
El interés por el cuerpo se intensificó en el siglo XVIII con Daniel Turner, cirujano londinense y autor de The Art of Surgery (1736). Turner fue uno de los primeros en practicar la cirugía como disciplina académica y en registrar casos clínicos con un enfoque empírico. Además, escribió el primer texto de dermatología en lengua inglesa. Su visión práctica de la medicina, basada en la observación de heridas, tumores y tejidos enfermos, reflejaba un nuevo espíritu científico que ya no temía mirar la corrupción de la carne.
Sir Charles Bell (1774-1842)
Royal College of Surgeons of England
En obras como A System of Dissections (1799) y The Anatomy of the Brain (1802), el anatomista escocés Sir Charles Bell demostró que las funciones motoras y sensoriales del cuerpo se originaban en diferentes vías nerviosas. Sus ilustraciones, dibujadas por él mismo, combinaban precisión técnica con una sorprendente sensibilidad artística. Bell concebía la disección como un acto de descubrimiento: “todas mis conclusiones son deducciones de la anatomía”, escribió, anticipando el razonamiento de Victor Frankenstein cuando afirma que para entender la vida debía observar la muerte.
Jean-Baptiste Marc Bourgery (1797-1849)
Royal College of Surgeons of England
En el siglo XIX, la tradición alcanzó su máximo esplendor con Jean-Baptiste Marc Bourgery, cuyo Tratado completo de anatomía humana (1831-1854) reunió más de 700 láminas coloreadas a mano por Nicolas Henri Jacob. Bourgery convirtió la anatomía en un arte monumental: cada músculo y cada órgano eran representados con una claridad casi pictórica. Su tratado no solo documentaba las operaciones quirúrgicas del momento, sino que transformaba el cuerpo humano en una obra de arte en sí misma.