A la par de Sylvester Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, uno de los actores que sobresalieron en el género de la acción fue Jean-Claude Van Damme. La estrella del cine en los años 80 y 90 es una figura sumamente recordada entre los fanáticos de las películas con aparatosas secuencias de pelea, pero antes de transformarse en la popular leyenda de la pantalla grande, el intérprete trabajó mucho para lograrlo.
Más allá de ser conocido por su gran corporalidad, el protagonista de Kickboxer tenía una flexibilidad como ningún otro y eso se debe a que entrenó danza por numerosos años. “El ballet es un arte, pero también uno de los deportes más difíciles”, comentó el actor, “Si puedes sobrevivir a un entrenamiento de ballet, puedes sobrevivir el de cualquier otro deporte”. Sin embargo, su interés por practicar distintas disciplinas fue idea de su padre, quien lo hizo entrenar desde niño.
A inicios de la década de los 70, el papá de Jean-Claude Van Damme lo inscribió a clases de karate con Claude Goetz, quien le dio sus primeros entrenamientos en las artes marciales, pero como se muestra en el largometraje documental Van Damme: Split Personality, su talento no era alentador y tardó mucho en mejorar hasta lo que proyectaba en salas de cine.
“Lo trajo para pelear frente a un hombre”, se declaró en la producción, “Esa era la idea porque pensaba que era tímido, un poco idiota. No estaba contento con su hijo”. A lo largo del documental, Goetz también compartió que a diferencia de lo que se cree en el público, la apariencia de Van Damme era completamente opuesta a lo que todos veían en la pantalla grande.
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“Contrario a la creencia popular, era rígido como una tabla, miope como un topo y feo como un piojo. Estaba lleno de defectos”, aseguró el maestro. Queda claro que tras trabajar en sus habilidades en karate y danza, el joven belga alcanzó el cuerpo y las destrezas necesarias para conseguir su primer papel protagónico en Contacto sangriento, cuyo estreno le abrió las puertas de la acción en Hollywood.
