La mejor película para ver en Semana Santa y que nunca transmiten en Azteca 7 y Canal 5
Luis Fernando Galván
Interesado en las religiones del mundo y especialista en arte sacro medieval, mis géneros favoritos son las épicas de fantasía al estilo 'El señor de los anillos', 'Valhalla Rising' y 'El caballero verde', así como el terror religioso de 'El exorcista', 'Saint Maud' y '30 monedas'.

Cada Semana Santa, los mismos clásicos religiosos inundan la programación de Azteca 7 y Canal 5. Pero existe una obra maestra del cine espiritual, profunda y poética, que nunca transmiten y que, sin duda, merece un lugar en nuestras pantallas.

Cada Semana Santa, la televisión abierta mexicana repite su ritual audiovisual con una programación que ya es parte del imaginario colectivo. En Azteca 7 y Canal 5, los títulos son casi siempre los mismos: Barrabás, Los diez mandamientos, Ben Hur, La pasión de Cristo, Rey de reyes y Marcelino pan y vino. Estos filmes, cargados de religiosidad, dramatismo y mensajes edificantes, son vistos una y otra vez por audiencias que ya los conocen al pie de la letra.

Estas películas ofrecen versiones épicas o sentimentalistas de pasajes bíblicos, con grandes producciones, estrellas de Hollywood y efectos diseñados para conmover. En muchos hogares mexicanos se han vuelto parte de la tradición, tanto como las procesiones o los romeritos. Sin embargo, esta costumbre televisiva deja fuera una obra maestra del cine espiritual que rara vez, o nunca, aparece en estas transmisiones: El evangelio según san Mateo, dirigida por Pier Paolo Pasolini.

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Este filme, a diferencia de las superproducciones hollywoodenses, propone una mirada más austera, reflexiva y profundamente humana sobre la vida de Jesucristo. Por su riqueza teológica, su profundidad filosófica y su poder espiritual, El evangelio según san Mateo no solo merece un lugar en la Semana Santa, sino que podría ser considerada la mejor película para ver en estos días.

La historia que narra no es distinta a la de otros filmes religiosos: el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús. Sin embargo, Pasolini opta por centrar la atención en la etapa adulta de Cristo, dejando de lado el relato del pesebre y concentrándose en sus enseñanzas, milagros y persecución. Lo curioso es que Pasolini era un marxista declarado, ateo y homosexual; alguien que, a primera vista y desde la comunidad católica, parecería el menos indicado para hacer una película sobre Jesucristo. Aun así, fue el propio Papa Juan XXIII quien lo alentó a llevar este proyecto a cabo.

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El también director de Saló o los 120 días de Sodoma se propuso seguir el texto del Evangelio de Mateo punto por punto, sin añadir ni una línea, sin explicaciones ni discursos externos. El resultado es un filme profundamente fiel al texto bíblico, pero también lleno de poesía visual y sensibilidad política. Rodado con actores no profesionales y en escenarios italianos que recuerdan la Palestina de hace dos mil años, la película tiene una estética neorrealista y minimalista. Las ciudades están sucias, las ropas desgastadas y el paisaje árido. La figura de Cristo, interpretada por Enrique Irazoqui, se presenta como un líder revolucionario, una especie de intelectual entre los pobres, un hombre que no solo predica, sino que conmueve.

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El estilo visual es sobrio y contundente. No hay fuegos artificiales ni dramatismos exagerados. La cámara observa a la distancia, como si el espectador fuera uno más entre los discípulos. Esto se nota especialmente en la persecución y crucifixión de Jesús, donde la mirada del director es contenida, humana y brutal a la vez. La música, una mezcla ecléctica de Bach y cantos africanos, refuerza el carácter universal de la figura de Cristo. Esta banda sonora no solo acompaña, sino que eleva la experiencia sensorial del espectador.

Finalmente, El evangelio según san Mateo es una obra que puede resultar ardua para quienes buscan una narrativa convencional. Al mantener el diálogo estrictamente bíblico y evitar cualquier artificio dramático, la película se convierte, para algunos, en una suerte de sermón fílmico. Pero esa es precisamente su fuerza: no busca entretener, sino confrontar al espectador con una visión radicalmente honesta del mensaje cristiano. Su impacto no está en lo espectacular, sino en la coherencia estética y ética con la que fue concebida.

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