Aunque hoy es reconocido como una leyenda absoluta del cine, John Wayne no siempre soñó con convertirse en el rostro inconfundible del western. A 46 años de su fallecimiento, su figura sigue fascinando, y su legado permanece intacto: con 142 papeles principales a lo largo de su carrera, aún ostenta el récord de más roles protagónicos en la historia de Hollywood. Títulos como La diligencia, El hombre que mató a Liberty Valance, Río Bravo o Más corazón que odio marcaron un antes y un después en el género.
Sin embargo, pocos saben que el vínculo entre John Wayne y el western fue más producto del azar que de una vocación personal. En una entrevista realizada por la BBC en 1969, remasterizada recientemente, el propio Wayne confesó que no fue su pasión lo que lo llevó al western, sino la simple cuestión de encajar mejor en ese tipo de películas. “No es que me interesara hacer westerns, era ahí donde me sentía mejor. Medía 1,93 metros, lo cual era realmente alto en aquella época, para hacer cine. Y todas las mujeres estrellas eran bajitas, así que tenía que inclinarme mucho hacia ellas. Así que me sentía mejor dentro del western”, explicó el actor, con su característica franqueza.

La estatura de una estrella: cómo John Wayne se volvió indispensable para el western
Esa diferencia de estatura con las actrices y su aspecto corpulento lo hacían destacar en pantalla de una manera poco convencional para los dramas románticos o películas urbanas de la época. Mientras los galanes de Hollywood debían moverse con elegancia entre bailes y salones de lujo, Wayne, con su porte rudo y presencia dominante, encontraba su lugar natural cabalgando por paisajes áridos, enfrentando forajidos y disparando con firmeza. Su físico no solo resultaba más convincente, sino también más útil para los estándares de producción de la época.
“Aquella época, los estudios no gastaban tanto como hoy en día; para programas dobles, esperaban que fueras lo suficientemente fuerte para hacer ciertas cosas, y yo encajaba en esa categoría. Por eso empecé con los westerns”, añadió el actor en esa misma entrevista. Su fortaleza física, unida a su disposición para ejecutar algunas de sus propias escenas de acción, lo convertían en un recurso valioso para producciones que debían ajustarse a presupuestos limitados.

De hecho, aunque contaba con un doble de acción (en la mayoría de ocasiones el mítico Yakima Canutt), Wayne era conocido por ser capaz de realizar varias de sus propias acrobacias, lo que reducía costos y aceleraba rodajes. Esto era especialmente apreciado en los llamados “double features”, los programas de cine que ofrecían dos películas por el precio de una, práctica común en las décadas de los 30 y 40. En ese contexto, un actor que pudiera actuar, montar a caballo y pelear sin demasiados reemplazos era oro puro para los estudios.
Así, casi sin proponérselo, John Wayne fue labrando su imagen de icono del western, construida sobre la mezcla de practicidad, carisma natural y una estética que lo hacía encajar perfectamente en ese mundo rudo y polvoriento. Lo que comenzó como una elección práctica se transformó en una identidad inseparable, tanto para él como para el propio género, que encontró en su figura una representación casi mitológica del héroe solitario.
