En menos de una década, Florence Pugh ha transitado con naturalidad del drama histórico a la comedia, del cine de autor al blockbuster. Con Midsommar, dirigida por Ari Aster, consolidó su estatus como ícono del terror contemporáneo, encarnando a una joven atrapada en una secta pagana con una intensidad emocional arrolladora. Ahora, la veremos en Thunderbolts, el nuevo gran crossover del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), donde retoma su papel como Yelena Belova, la letal y carismática espía presentada en Black Widow.
El recorrido de Pugh por el MCU ha sido breve pero contundente: desde su debut como Yelena en el filme de Cate Shortland y Scarlett Johansson, pasando por su aparición en Hawkeye, ha demostrado que puede equilibrar profundidad dramática con escenas de acción de alto voltaje. Además, su presencia en Oppenheimer y Duna: Parte Dos la consolidan como una de las actrices más solicitadas por cineastas de la talla de Christopher Nolan y Denis Villeneuve. Pero antes de estas superproducciones, Pugh ya había entregado una de sus interpretaciones más perturbadoras y complejas en una película que, aún hoy, resuena con fuerza.
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Antes de Marvel y A24: Florence Pugh ya era una revelación
En Lady Macbeth, disponible a la renta a través de Amazon Prime Video y Apple TV+, Pugh encarna a Katherine, una joven atrapada en un matrimonio arreglado con un hombre mucho mayor que ella, en una Inglaterra rural de 1865. Lo que comienza como una historia clásica de opresión femenina se convierte en un estudio sobre el deseo, la manipulación y la violencia. Aislada, ignorada por su esposo y maltratada por su suegro, Katherine encuentra consuelo y escape en una relación clandestina con Sebastian (Cosmo Jarvis), un mozo de cuadra. Sin embargo, su necesidad de libertad se transforma en una determinación feroz y peligrosa. La actriz ofrece aquí una actuación escalofriante, transmitiendo con apenas una mirada la fragilidad y la amenaza contenida de su personaje.
La dirección de William Oldroyd convierte esta historia en algo más que un simple relato de rebelión femenina. Adaptada del cuento de Nikolai Leskov, Lady Macbeth subvierte los tropos románticos del amor prohibido para mostrar su lado más cruel y psicológico. Los crímenes que se cometen en nombre del amor, el poder o la libertad se presentan sin artificios, expuestos con una frialdad que incomoda y fascina. La cámara sigue a Katherine de cerca, observando cómo cada decisión la acerca más a su propia destrucción emocional. El filme es inquietante no por sus giros narrativos, sino por la crudeza emocional que emana de cada escena.
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Visualmente, Lady Macbeth es un deleite sombrío. La fotografía, inspirada en las obras del pintor danés Vilhelm Hammershøi, resalta los contrastes entre la vitalidad interior de Katherine y el entorno opresivo que la rodea. Sus vestidos vibrantes destacan entre las paredes apagadas de la casa, subrayando la tensión entre lo que la protagonista es por dentro y lo que la sociedad espera de ella. Las sombras juegan un papel simbólico, reflejando los estados mentales cambiantes de Katherine, cuyo rostro puede pasar del vacío a la furia en un parpadeo. Cada encuadre parece anticipar el estallido emocional que inevitablemente llegará.
A pesar de que algunos críticos han señalado ciertas debilidades en el guion, como lo predecible de algunas acciones, el ritmo y la estética logran sostener la intensidad del relato. Lady Macbeth destaca como una obra valiente y desafiante que, sin grandilocuencia, se atreve a retratar el lado más oscuro de la psique humana. Florence Pugh se apodera de la pantalla en cada momento, dejando claro que su talento ya era notable desde antes de su ascenso en el cine comercial.