La tercera temporada de El juego del calamar llegó a su fin con uno de los desenlaces más conmovedores y sorprendentes de toda la serie. La producción coreana, que desde su primera entrega se convirtió en un fenómeno global, volvió a captar la atención mundial con una narrativa intensa, personajes rotos, profundos y complejos en una crítica social profunda hacia toda la humanidad. Esta vez, el cierre de la historia puso fin con un inicio, dando un giro inesperado que además toca profundamente la filosofía oriental.
Teniendo que soltar algunos spoilers debes saber que la trama culmina con solo tres jugadores restantes: Seong Gi-hun (Jugador 456), Myung-gi (Jugador 333); un padre desesperado por asegurarle un futuro a su hijo recién nacido, y ese mismo bebé, hijo de la fallecida Jugadora 222. Por lo tanto, en la última prueba titulada el Sky Squid Game, la competencia empuja a los finalistas al límite físico y emocional de toda la saga. Sin embargo, el momento más impactante llega cuando Gi-hun toma una decisión radical.
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En un acto complejamente sencillo de bondad, Seong Gi-hun (Jugador 456), se niega a asesinar al bebé para ganar y, en su lugar, se lanza al vacío, sacrificándose Este acto heroico redefine la esencia de la serie, que tantas veces había retratado la crueldad y desesperación del ser humano cuando está atrapado en sistemas de extrema opresión. Gi-hun demuestra así que, incluso en un mundo que lo ha despojado todo, su humanidad, compasión y ética pudieron sobrevivir.
Así que técnicamente, el bebé (0) es el único jugador vivo y declarado ganador del premio de unos 33.5 millones de dólares. Con un resultado es tanto simbólico como impactante, esta decisión creativa fue elogiada por la crítica como un cierre audaz, emocional y profundamente conmovedor.
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Al respecto, el creador de la serie, Hwang Dong-hyuk, explicó en entrevistas que el final busca ofrecer un rayo de esperanza en medio del caos. A través del sacrificio de Gi-hun y la salvación del bebé, la serie plantea una posibilidad de redención colectiva como un llamado a reconstruir el mundo desde la ternura, la empatía y la renuncia al egoísmo porque "no todo se trata de sobrevivir, sino a veces de proteger".