Cuando se nombran grandes héroes animados, tal vez se vienen a la cabeza inmediatamente nombres como Simba de El rey león, Elsa de Frozen: Una aventura congelada o Buzz Lightyear de la franquicia de Toy Story. Pero, en el año 2001, un ogro verde, gruñón y con mal aliento llamado Shrek cambió la reglas del juego por completo. Con su pantano, su amor por la soledad y un burro que se convirtió en su fiel, Shrek logró lo que muchos creían imposible: quitarle a Disney el control absoluto sobre el reino de la animación.
Lo cierto es que Shrek no sólo nos dio cuatro películas épicas, y una quinta que va en camino, sino que dejó una huella tan fuerte que incluso la psicología le puso su nombre a un curioso fenómeno emocional. Al parecer, ser como Shrek va mucho más allá de vivir en un pantano y no querer compañía. En los últimos años, algunos expertos en salud mental han empezado a utilizar el término "Síndrome de Shrek" para describir un patrón de comportamiento muy humano y más común de lo que imaginamos.
El llamado Síndrome de Shrek no se trata de hablar con animales ni vivir como si tu vida fuera un cuento de hadas, sino cómo algunas personas se aíslan del mundo y construyen muros emocionales. Y todo está relacionado a cómo Shrek no nació como el típico protagonista carismático y deseado, sino todo lo contrario: era un solitario por elección, alguien que prefería la distancia antes que el contacto, y que había aprendido a esconderse detrás de su mal humor para no ser lastimado.
DreamWorks
Y es aquí donde está la clave de este fenómeno psicológico. Según especialistas, el Síndrome de Shrek es una forma de aislamiento autoimpuesto, una especie de coraza emocional que algunas personas construyen cuando sienten que no encajan, que no son lo suficientemente atractivas o que han sido heridas emocionalmente en el pasado. Estas personas adoptan una actitud de indiferencia o de dureza frente al mundo, cuando en realidad, lo que más desean es conexión, afecto y validación.
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En otras palabras, el Síndrome de Shrek no es más que un grito silencioso que dice que una persona prefiere que piensen que es un ogro a que vean lo mucho que le duele no ser aceptado. Esta afirmación suena fuerte, pero la buena noticia es que, al igual que en la película, todo puede cambiar. Y no se necesita de una princesa encantada ni de misiones imposibles, sólo empezar a derribar esas murallas que uni mismo levantó.