Durante más de un siglo, Disney ha sido sinónimo de magia, alegría y sueños animados. Desde Blancanieves y los siete enanos hasta La sirenita y El rey león, pasando por La bella durmiente y La bella y la bestia, el estudio construyó un imperio cinematográfico en torno a historias encantadoras, personajes entrañables y melodías inolvidables. Aunque la fórmula Disney ha evolucionado, su ADN sigue estando ligado a películas familiares con mensajes positivos, personajes carismáticos y un final feliz.
Sin embargo, a lo largo de su historia, no todo ha sido color de rosa. En medio de grandes éxitos, el estudio también atravesó momentos turbulentos, especialmente tras la muerte de Walt Disney en 1966. Fue entonces cuando comenzaron a explorarse rumbos narrativos más oscuros y arriesgados. En esa época de transición, marcada por el relevo generacional de los animadores y los cambios culturales del mundo, surgió una película que no solo rompió con el estilo tradicional, sino que casi lleva a la ruina a la división de animación.
El oscuro capítulo de Disney que casi acaba con su legado animado
Estrenada en 1985, El caldero mágico fue una apuesta ambiciosa basada en los dos primeros libros de la saga Las Crónicas de Prydain del autor Lloyd Alexander. La historia sigue a Taran, un joven porquero que, junto con la princesa Eilonwy, el bardo Fflewddur Fflam y la extraña criatura Gurgi, intenta evitar que el Rey del Mal consiga el caldero negro, un objeto con el poder de crear un ejército de muertos vivientes.
Walt Disney Pictures
Con un presupuesto de 44 millones de dólares y una recaudación de apenas 21 millones, El caldero mágico fue un fracaso financiero estrepitoso. Su tono oscuro, sus escenas de horror y la atmósfera lúgubre alejaron al público infantil, mientras que los padres y críticos no sabían para quién estaba dirigida realmente. Fue la primera película animada de Disney en recibir una clasificación PG (Supervisión de los padres), algo que solo reforzó la desconexión entre lo que el estudio intentaba hacer y lo que su audiencia esperaba.
El colapso no fue solo económico. Durante la producción hubo una gran fuga de animadores, conflictos creativos y reestructuraciones forzadas por las malas reacciones de los pases de prueba. Las escenas más aterradoras tuvieron que ser eliminadas o suavizadas, y aun así, el daño ya estaba hecho. El caldero mágico no solo fue un mal negocio; fue también un síntoma de una Disney en crisis de identidad, que había perdido temporalmente su brújula narrativa.
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Lo curioso es que, con el tiempo, la película encontró su público. Aunque Disney tardó 13 años en lanzarla al mercado doméstico, cuando finalmente llegó a VHS en 1998, las nuevas generaciones comenzaron a reevaluarla. Para los niños de los años 80, fue un trauma; para los de los 90, una experiencia aterradora repetida durante los maratones de Halloween. Hoy, El caldero mágico, disponible en Disney+, es considerado un clásico de culto, con admiradores que valoran su audaz estética, su banda sonora de Elmer Bernstein y su voluntad de explorar territorios inusuales dentro del cine animado.
Parte de su impacto se debe al villano: el Rey del Mal, una figura esquelética y demoníaca que dejó huella en la memoria de los espectadores más jóvenes. A diferencia del personaje del libro (un guerrero ensangrentado que servía a una figura infernal llamada Arawn), la versión de Disney elimina todo rastro humano, presentándolo como un ser puramente infernal. Esta decisión lo convirtió en uno de los villanos más aterradores de la historia del estudio, y aún hoy es recordado por su apariencia macabra y su ejército de no-muertos.