Si creciste en los 90 o a principios de los 2000, seguramente viviste la fiebre de los animes que dominaron la televisión. Mientras Pokémon te hacía desear tener tu propio Pikachu y Digimon te invitaba a viajar con criaturas digitales, había otra serie que mezclaba amistad, duelos épicos y un montón de cartas con poderes misteriosos: Yu-Gi-Oh!. Este anime no sólo fue un éxito en pantalla, sino que también desató un fenómeno global en las tiendas de juguetes y cómics, al punto de que en 2009 consiguió un Récord Guinness por ser el juego de cartas coleccionables más vendido del mundo.
Y es que, a diferencia de otros juegos, las cartas de Yu-Gi-Oh! no eran sólo para mirarlas y guardarlas en un álbum. El verdadero encanto estaba en usarlas para construir un mazo tan poderoso que tu rival no tuviera oportunidad alguna. Desde dragones, hechiceros, trampas y más, el objetivo era claro: dejar a tu oponente sin puntos de vida y, de paso, sentirte como Yugi Muto en la televisión.
Ahora, dos décadas después, esa fiebre se transformó en nostalgia. Muchos guardaron sus cartas como un tesoro de infancia, y hoy hay quienes intentan venderlas como si fueran lingotes de oro. El problema es que lo que para uno es un "valor incalculable", para el mercado puede no valer tanto. Y eso fue exactamente lo que descubrió un joven en uno de los programas más famosos de televisión, cuando intentó vender su preciada colección.
Konami
El protagonista de este relato apareció en El precio de la historia, el popular programa de History Channel donde coleccionistas y curiosos intentan hacer negocios con los dueños de una tienda de empeño en Las Vegas. El joven llegó confiado, cargando varias cajas llenas de cartas de Yu-Gi-Oh! en sobres sellados y también en carpetas con cartas ya abiertas. Según él, estaba ante una colección que valía una fortuna y fijó su precio en nada menos que 100 mil dólares.
La cifra dejó a todos con la boca abierta, pero antes de sacar la chequera, el equipo del programa hizo lo que siempre hace: llamar a un experto para verificar si el producto realmente valía lo que el dueño pedía. El especialista llegó, revisó paquete por paquete, comprobó que las cartas eran originales y que, efectivamente, había piezas interesantes y difíciles de conseguir. Sin embargo, la evaluación final fue como un balde de agua fría para el vendedor.
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En lugar de acercarse a los seis dígitos que él imaginaba, el experto calculó que el valor de todo el lote rondaba los 25 mil dólares. En ese momento, el vendedor tuvo que tomar una decisión, si aceptar la oferta reducida o llevarse su colección de vuelta a casa, y al final no cedió. Afirmó que prefería quedarse con las cartas antes que venderlas por menos de lo que consideraba justo. El hombre se marchó con las manos vacías y con una anécdota que seguramente contará durante años.