La nueva entrega de la antología Monster de Netflix vuelve a internarse en los rincones más oscuros de la mente humana. Tras explorar las vidas de Jeffrey Dahmer y los hermanos Menendez, esta tercera temporada, titulada Monstruo: La historia de Ed Gein, reconstruye el caso real de uno de los asesinos más perturbadores de Estados Unidos, cuya infancia marcada por el aislamiento y el fanatismo religioso derivó en crímenes inimaginables.
A diferencia de otros homicidas retratados en la serie de Ryan Murphy, Gein (interpretado por Charlie Hunnam) no fue motivado por el deseo de poder ni por una mente maquiavélica, sino por la influencia de su madre, Augusta (Laurie Metcalf), una mujer profundamente religiosa que veía el pecado y la corrupción en todo lo que la rodeaba. Su voz, severa y omnipresente, se convirtió en el único mandamiento que Ed conoció.
La educación religiosa de Ed Gein que se convirtió en una prisión moral
Augusta Wilhelmine Lehrke, nacida en Wisconsin, creció bajo una estricta educación luterana que moldeó su carácter autoritario y su visión rígida del mundo. Consideraba a las mujeres como fuente de tentación y pecado, una idea que transmitió con fervor a sus hijos. Su matrimonio con George Gein, un hombre alcohólico y desempleado, solo reforzó su resentimiento y su necesidad de control absoluto dentro del hogar.
Los Gein tuvieron dos hijos, Henry y Ed. Desde pequeños fueron alejados de la sociedad por decisión de su madre, quien los educó en el aislamiento y el temor a la perdición moral. En la granja familiar de Plainfield, Wisconsin, Augusta los obligaba a leer la Biblia y a escuchar sermones sobre la inmoralidad del mundo. En ese entorno opresivo, Ed aprendió que la pureza solo podía existir bajo la mirada de su madre.
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Augusta, la voz divina que Ed nunca dejó de escuchar
Tras la muerte de su padre en 1940 y el fallecimiento misterioso de su hermano Henry en 1944, Ed quedó completamente bajo la tutela de Augusta. Cuidó de ella durante sus últimos años, especialmente después de que sufriera una serie de infartos. Durante ese tiempo, la devoción del hijo hacia su madre se transformó en una obsesión enfermiza.
Cuando Augusta murió en 1945, Ed se derrumbó. Conservó su habitación intacta, como si fuera un altar, mientras el resto de la casa se desmoronaba en el abandono. Sin ella, el mundo perdió sentido. Su soledad y enfermedad mental se mezclaron con la necesidad de revivirla, lo que derivó en un ciclo de profanaciones y asesinatos.
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Las investigaciones revelaron que Ed desenterraba cadáveres de mujeres para intentar reconstruir el cuerpo de su madre. Fabricaba objetos con restos humanos, convencido de que así podría traerla de vuelta. En 1957, tras el asesinato de Bernice Worden, las autoridades descubrieron la magnitud de su horror: muebles, utensilios y prendas hechas con piel humana.
Psicólogos del Hospital Central de Wisconsin describieron a Gein como “excesivamente apegado emocionalmente” a su madre. Diagnosticado con esquizofrenia, sufría alucinaciones y aseguraba escuchar su voz mucho tiempo después de su muerte. Su fanatismo religioso infantilizado, su aislamiento y la culpa inculcada por Augusta alimentaron una psicosis irreversible.