En el universo del cine contemporáneo, pocas películas han logrado provocar una reacción tan visceral y polarizante como El demonio neón. Dirigida por Nicolas Winding Refn, responsable de títulos como Drive y Only God Forgives, el filme de 2016 es una exploración visualmente deslumbrante y moralmente perturbadora del mundo de la moda, donde la belleza se convierte en una forma de poder y condena. Con una puesta en escena estilizada hasta el exceso, el cineasta danés disecciona un ecosistema devorado por el deseo, la competencia y la corrupción del cuerpo como mercancía.
‘El demonio neón’: la película más perturbadora sobre la belleza y la corrupción del cuerpo
La historia sigue a Jesse, interpretada por Elle Fanning, una joven de apenas 16 años que llega a Los Ángeles con la ilusión de triunfar en las pasarelas. Su belleza virginal, casi etérea, la convierte rápidamente en un objeto de adoración y envidia dentro de una industria donde cada gesto y cada mirada son una batalla por la supervivencia. Refn la rodea de figuras inquietantes: una agente manipuladora (Christina Hendricks), un diseñador carente de empatía (Alessandro Nivola), un propietario de motel depravado (Keanu Reeves) y una maquillista obsesiva (Jena Malone). La pureza de Jesse se convierte en un peligro, no solo para sí misma, sino para quienes la contemplan con deseo o resentimiento.
Elle Fanning encarna a la perfección ese ideal de belleza angelical que el filme se encarga de pervertir. Su rostro, carente de artificios, se convierte en un lienzo sobre el que se proyectan las obsesiones de los demás. No tiene talentos extraordinarios, no canta ni escribe, no danza ni compite; su único don es ser mirada. Esa belleza sin mediaciones (pura, intacta, natural) es su mayor virtud y su condena. Frente a ella, las otras modelos parecen espectros de carne alterada por el bisturí, figuras mutiladas por la exigencia de un canon imposible. En ese contraste, Refn revela el horror de un mundo donde lo orgánico es devorado por lo sintético.
Space Rocket Nation
El oscuro espejo del mundo de la moda desde los ojos de Nicolas WInding Refn
El cuerpo, como en toda la filmografía del danés, es el territorio de la violencia y el deseo. El demonio neón transforma la piel en un campo de batalla. En una de sus películas anteriores (Bronson con Tom Hardy), Refn muestra la musculatura como símbolo de fuerza y resistencia; aquí, la fragilidad de Jesse es su mayor exposición. Su rostro y su piel son superficies vulnerables, abiertas al ataque y a la adoración. El cuerpo ya no protege, sino que exhibe; no oculta, sino que provoca. Refn convierte la carne en su principal materia narrativa, donde cada mirada es una herida y cada gesto, una amenaza.
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A lo largo de su carrera, Winding Refn ha pulido un lenguaje visual inconfundible que conjuga violencia, belleza y misticismo. Desde la brutalidad urbana de Pusher hasta la poesía hipnótica de Drive, su cine ha transitado del realismo crudo a la estilización simbólica. En El demonio neón, estas búsquedas confluyen en una obra total, donde el exceso visual se convierte en metáfora del vacío. Las influencias son claras: el cromatismo expresionista de Dario Argento, el surrealismo de David Lynch y el horror corporal de David Cronenberg. Refn se asume como un diseñador de imágenes que moldea el horror a través del esplendor estético.
El demonio neón no solo es una película sobre el mundo de la moda, sino una fábula sobre el hambre infinita del deseo. “La belleza no lo es todo, es lo único”, parece advertirnos. El director danés ofrece una crítica feroz a la superficialidad de una sociedad que idolatra la apariencia y castiga la autenticidad. En su universo, los cuerpos son devorados para que otros puedan brillar un instante más bajo la luz. Y cuando el espejo se empaña, lo que queda es el rostro del demonio satisfecho, contemplando su propia obra.