Más allá del apropiacionismo de Hollywood, como el espectacular colorido de Coco de Pixar o la superficialidad del desfile mostrado en Spectre con Daniel Craig, el cine mexicano ha explorado en numerosas ocasiones la celebración del Día de Muertos, cada obra con un enfoque particular. Quizá la más destacada dentro de este panorama sea la densidad poética y la crítica social de Macario, protagonizada por Ignacio López Tarso. La festividad ha funcionado como un espejo de la identidad nacional y de la relación de los mexicanos con la muerte, y estas películas demuestran cómo la tradición puede ser reinterpretada.
El retrato más realista y mordaz del Día de los Muertos filmado por un colaborador de Buñuel
En este contexto surge Día de difuntos, también conocida como Los hijos de la guayaba, dirigida por Luis Alcoriza en 1988. Alcoriza, reconocido guionista y colaborador de Luis Buñuel en títulos como Los olvidados y El ángel exterminador, demuestra en esta película su maestría para retratar con ironía y melancolía la vida de los mexicanos, con una mirada crítica pero cercana a la realidad popular. La experiencia de Alcoriza con Buñuel se nota en la construcción de personajes complejos y en la sutileza de la crítica social que permea la narrativa.
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La historia sigue al abogado Talamantes, quien acude al panteón a colocar una cruz en la tumba de su madre. Allí se encuentra con un grupo heterogéneo de personajes (el poeta, el zapatero Zacarías, el plomero Baltazar y el peluquero Pedro, entre otros) que, entre alcohol y convivencia, revelan sus sueños, frustraciones y desacuerdos, mostrando cómo la muerte se convierte en un pretexto para reafirmar la vida y la amistad. Cada encuentro en el cementerio permite que se entrelacen pequeñas historias de amor, celos y reconciliaciones, dando profundidad al retrato de la comunidad.
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El Día de los Muertos como una reflexión sobre la vida, la memoria y la sociedad
El cementerio, como lo muestra Alcoriza, funciona como sinécdoque de toda una comunidad. Cada personaje simboliza un estrato social del Distrito Federal (hoy, Ciudad de México), y la interacción entre ellos permite observar de manera sutil el contexto socioeconómico de México en 1988, marcado por la crisis económica y el fraude electoral de Salinas de Gortari. Además, se evidencia cómo los espacios públicos se transforman en escenarios de cohesión social, donde la muerte se convierte en un catalizador de unión y reflexión.
La película inicia con imágenes de Catrinas y calaveras de papel maché, mientras una toma aérea recorre cementerios capitalinos atestados de visitantes que llevan flores y ofrendas a sus difuntos. Este despliegue visual no solo refleja la riqueza de la tradición, sino que establece un tono melancólico y humorístico que se mantendrá a lo largo del filme. La cámara de Alcoriza logra capturar la solemnidad y la festividad a la vez, mostrando un México profundamente ritualizado y lleno de vida.
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El elenco reúne a actores emblemáticos del cine mexicano, como Héctor Suárez, Fernando Luján, Ernesto Gómez Cruz, Manuel “El Flaco” Ibáñez y Carmen Salinas, quienes aportan autenticidad a sus personajes. Sus interacciones y diálogos permiten que el espectador perciba la complejidad de las relaciones humanas en un espacio marcado por la memoria y la pérdida, con una frescura que convierte al panteón en un microcosmos social. Cada interpretación logra equilibrar la comicidad con la emoción, reflejando la diversidad de la experiencia humana frente a la muerte.
Con Día de difuntos, Luis Alcoriza consigue una obra que trasciende la simple representación de una festividad. La película captura la ironía, la melancolía y la resiliencia del espíritu mexicano frente a la muerte, consolidando su legado como director y recordando la influencia que tuvo su colaboración con Buñuel en la construcción de un cine comprometido con la crítica social y la exploración de la condición humana.