Hoy en día, hablar de romance es hablar de tecnología. Ahí están casos como El estafador de Tinder, que básicamente nos recuerda que salir con alguien por internet puede ser tan emocionante como peligroso. Modern Love, la serie de Prime Video, explora nuestras relaciones desde mensajes, apps y correos que nos cambian la vida. O Her, esa obra maestra tan melancólica donde un hombre se enamora de una inteligencia artificial que lo conoce más que cualquiera.
El amor del siglo XXI tiene videollamadas, ghosting, matches, audios de tres minutos y emojis que sustituyen sentimientos. Todo es rápido e inmediato en la era digital. Y aunque funciona, a veces uno no puede evitar preguntarse cómo era enamorarse antes de que todo pasara por una pantalla. En medio de este panorama ultratecnológico, existe una comedia romántica clásica que captura a la perfección esa nostalgia de los 90.
Una comedia romántica con problemas reales
La película en cuestión es Cilantro y Perejil de 1995, un retrato cálido, divertido y honesto de cómo era amar sin celulares, sin redes sociales y sin la ansiedad de un "visto" ignorado. Cilantro y Perejil sigue la historia de dos parejas dentro de la misma familia, pero la atención principal recae en Carlos y Susana, un matrimonio que empieza a desmoronarse justo cuando debería fortalecerse. Tienen dos hijos, una casa que se siente cada vez más tensa y una relación que se llueve por todos lados.
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La película toma la crisis económica de los 90, la rutina y la monotonía como catalizadores del conflicto. Carlos vive tan obsesionado con su trabajo que prácticamente olvida que tiene familia. Susana, cansada, frustrada y confundida, empieza a preguntarse si seguir ahí todavía vale la pena.
En su intento por recuperar algo que ellos mismos dejaron caer, Carlos y Susana toman decisiones impulsivas, cómicas, desesperadas y, a veces, contradictorias. Ambos cometen errores, buscan culpables e intentan, a su manera, encontrarle sentido a una relación que parece deslavarse entre responsabilidades y cansancio.
Humor de verdad, no de fórmula
Lo maravilloso de Cilantro y Perejil es que no intenta ser cursi ni pretenciosa. Su humor nace de lo cotidiano, de lo incómodo, de lo torpe que puede ser intentar arreglar algo que ya está hecho pedazos. Y también del cariño: ese sentimiento que, aunque esté enterrado bajo estrés, sigue ahí, esperando a que alguien lo desbloquee.
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La cinta tiene momentos entrañables, otros francamente absurdos y varios que te harán sonreír con nostalgia. Y al final, muestra que el amor de pareja no siempre es perfecto pero puede ser perfectamente divertido, caótico y sorprendente.
En tiempos donde todo pasa por un celular, Cilantro y Perejil funciona como ventana al pasado: cómo peleábamos, cómo nos reconciliábamos, cómo nos enamorábamos, todo sin notificaciones, sin mensajes reenviados, y sin chats que se borran a las 24 horas de caducidad.