La animación ha cambiado en las últimas décadas. Pasamos de los dibujos hechos a mano a mundos completamente digitales que parecían imposibles. Toy Story abrió la puerta al CGI y cambió el juego para siempre. Después llegaron universos cada vez más sofisticados e hiperrealistas que casi olvidamos que estábamos viendo personajes animados. Hoy convivimos con propuestas tan distintas como Spider-Man: Into the Spider-Verse y fenómenos recientes como Las guerreras del K-pop.
Pero en medio de tanto avance técnico, también surgió una visión opuesta: volver a lo artesanal, a lo imperfecto y a lo hecho con las manos. Porque hay algo profundamente humano en ver una animación que no busca esconder sus costuras, sino celebrarlas. Y ahí es donde el stop-motion sigue teniendo un poder especial.
En los últimos años, Netflix ha abierto espacio a este tipo de proyectos más arriesgados. Y dentro de ese catálogo hay una obra que destaca por encima de muchas otras. Una película que toma un cuento clásico, lo oscurece, lo politiza, lo vuelve dolorosamente humano y lo transforma en algo completamente nuevo.
Cuando lo oscuro también puede ser hermoso
Estrenada en Netflix, Pinocho de Guillermo del Toro no es una adaptación más del cuento de Carlo Collodi. Es una reinterpretación radical, profunda y emocionalmente devastadora. Aquí no hay nada innecesaria ni moralejas simplificadas. Guillermo del Toro toma la historia del niño de madera y la sitúa en un contexto marcado por el fascismo italiano, la guerra, la pérdida y la desobediencia.
Netflix / El Confidencial
La película está ambientada en la Italia de Mussolini, y ese detalle lo cambia todo. Geppetto no es solo un carpintero solitario: es un padre roto por la muerte de su hijo. Pinocho no es un niño travieso: es una criatura que no entiende el mundo violento en el que nació. Y el viaje no es solo convertirse en “un niño de verdad”, sino de comprender qué significa vivir, amar y perder.
Un stop-motion que se siente vivo
Visualmente, la película es impresionante. Cada muñeco, cada textura de madera, cada gesto ligeramente rígido recuerda que estamos viendo algo construido a mano. Y lejos de ser una limitación, eso le da una personalidad única. El mundo de Pinocho se siente tangible, real, casi como si pudieras tocarlo.
Netflix / Código Espagueti
Pero más allá de lo visual, uno de los aspectos más impactantes de esta versión es su relación con la muerte. Del Toro no la evita, sino que la coloca al centro de la narrativa. Pinocho muere varias veces y cada muerte tiene consecuencias emocionales. No hay reset mágico sin costo: el tiempo pasa, las personas envejecen y el dolor se acumula.
Aunque sea animación, Pinocho no es una película infantil en el sentido tradicional. Es accesible, pero exige madurez emocional. Es una película para sentarse, mirar con calma y dejar que haga su trabajo.