Hablar de El Mago de Oz es hablar de historia del cine. Su technicolor deslumbrante, sus canciones inolvidables y esa frase que todos conocemos marcaron a generaciones enteras. Dorothy, interpretada por Judy Garland, el camino de ladrillos amarillos y la Ciudad Esmeralda se convirtieron en símbolos culturales que siguen vivos más de 80 años después.
Su legado no solo resistió el paso del tiempo, sino que se expandió. Hoy, ese universo sigue creciendo gracias a reinterpretaciones modernas como Wicked, que reimagina la historia desde otro punto de vista y demuestra que Oz sigue siendo una mina inagotable de magia y emoción.
Pero como ocurre con muchos clásicos de Hollywood, la fantasía que vemos en pantalla no siempre refleja lo que sucedía detrás de cámaras. En los años 30, los rodajes no estaban regulados como hoy. No había protocolos de seguridad claros, ni preocupación real por la salud física o mental de los actores. Y eso también cobró factura en el rodaje de El Mago de Oz.
El precio real de la magia
La piedra de Sísifo
Uno de los casos más graves fue el de Buddy Ebsen, el actor originalmente elegido para interpretar al Hombre de Hojalata. Para lograr el efecto metálico, el estudio utilizó polvo de aluminio que Ebsen inhalaba constantemente durante el rodaje. El resultado fue devastador: sufrió un colapso respiratorio severo y terminó hospitalizado de urgencia. Nunca volvió al set. Fue despedido y reemplazado.
Su sustituto, Jack Haley, tampoco salió ileso. Aunque se optó por un maquillaje "más seguro" a base de pasta, este le provocó una infección ocular tan grave que casi pierde la vista. Aun así, el rodaje continuó.
Cuando la bruja realmente ardió
Marca
El accidente más impactante fue el de Margaret Hamilton, quien interpretó a la Bruja Malvada del Oeste. Durante una escena en la que debía desaparecer mediante una trampilla envuelta en humo y fuego, algo falló. Las llamas alcanzaron su cuerpo y quedó envuelta en fuego real frente al equipo.
Hamilton sufrió quemaduras de tercer grado en una mano y de segundo grado en el rostro. Pasó semanas recuperándose y, cuando volvió al rodaje, se negó rotundamente a repetir cualquier escena con fuego.
Maquillaje tóxico y jornadas inhumanas
Paloma y nacho
Los problemas no se limitaron a los accidentes visibles. El maquillaje utilizado en varios personajes contenía sustancias tóxicas. Ray Bolger, el Espantapájaros, sufría irritaciones constantes en la piel. Las jornadas eran largas, el calor insoportable y la prioridad siempre era la toma perfecta. El bienestar del elenco quedaba en segundo plano.
La leyenda más oscura de Oz
A todo esto se sumó una historia que alimentó durante décadas la idea de que El Mago de Oz era una película "maldita". La supuesta aparición de un suicidio de un Munchkin al fondo de una escena. Aunque con el tiempo se ha explicado que se trataba de un ave del set, la leyenda persiste.
Este tipo de relatos, mezclados con accidentes reales, reforzaron el aura oscura del rodaje. Un contraste brutal con la alegría que transmite la película.