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    Hamilton
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Hamilton

    No es una obra de teatro grabada, es una película extraordinaria

    por Iván Romero

    El teatro y el cine son disciplinas distintas, pero en muchas ocasiones dialogan entre sí. El objetivo de ambas es contar historias, aunque las experiencias de cada una sean muy particulares, aun así, ninguna sustituye a la otra. Hemos visto un sinfín de adaptaciones teatrales llevadas al cine y películas convertidas en obras de teatro en varias ocasiones; la línea es muy delgada entre ambos escenarios porque de pronto en el celuloide hay una obra filmada y en un escenario la traslación de pasajes cinematográficos. Esto es algo que debería cuidarse, aunque claro, las licencias para los autores de los dos espacios son ilimitadas y a final de cuentas su visión es la que se refleja en el producto final. Sin embargo, esto será una constante confusión, sobre todo para aquel que no conoce el quehacer teatral y que no ha tenido el placer de experimentarlo. En lugar de atraerlo, lo ahuyentará.

    Pero ¿qué tal si estas disciplinas se mezclan oportunamente con fines claramente mercadológicos, pero con la intención de llevar la experiencia teatral a los hogares? Hay una producción que lo consigue y con creces: Hamilton, dirigida por Thomas Kail (Grease Live) y que no es ni más ni menos que la grabación en vivo del fenómeno musical de Broadway estrenado en 2015 y producida, escrita y compuesta por el talentoso Lin-Manuel Miranda. Hamilton está basada en la biografía de Alexander Hamilton de Ron Chernow y el protagonista del que se habla fue uno de los padres de Estados Unidos, promotor de la Constitución y fundador del sistema financiero de la nación. Murió en un duelo por defender sus ideales.

    La idea de un musical histórico aderezado de pop, R&B, Hip Hop y Rap alrededor de dicha figura no sonaba sensata y más con un estilo operístico, lo cual significa cero diálogos en cuanto a la estructura, pero el resultado ha sido premios Tony (los Oscar del teatro), montajes oficiales en varias partes del mundo, ser el espectáculo número uno de puestas en escena y un soundtrack ecléctico que ahora es parte de la cultura pop.

    Esto vendría con una inevitable adaptación cinematográfica (que no dudamos que eventualmente suceda, aunque ya resulta innecesaria), pero Disney compró los derechos de la obra para grabarla con el elenco original y Kail, su primer director, para darle un toque distinto a la grabación del montaje y llevar la experiencia más allá de una butaca de teatro para que el mundo pudiera verla en pantalla grande. En esto último el deseo falló y debido al confinamiento se decidió que formara parte del catálogo de Disney Plus, donde ha resultado un rotundo éxito.

    La experiencia teatral es inigualable, pero lo hecho con Hamilton en está ocasión es único. La cámara va hasta el resquicio que menos pensábamos y capta los gestos, movimientos, el entorno de los bailarines de cada número, el juego de luces sumamente importante en la narrativa de la obra, haciéndonos olvidar que estamos viendo una grabación de un montaje teatral y metiéndonos en la historia. ¡Qué manera de bailar y cantar! Por más de dos horas y media Miranda y un grupo de actores dan todo vocal e histriónicamente con letras exigentes, pero rítmicas e irónicas que requieren de una concentración brutal y un manejo escénico perfecto.

    Daveed Diggs, Phillipa Soo, Jonathan Groff (quién está soberbio como el Rey George), Chris Jackson, Renée Elise Goldsberry, Jasmine Cephas Jones, entre varios otros, son los brillantes artistas que le dan otro sentido a este pasaje histórico y que incluso, a quienes no vivimos en Estados Unidos, no debería resultar ajeno e indiferente. Hamilton envuelve de tal manera que es imposible soltarnos, incluso acabada la película. Terminas cantando y les podemos apostar que volverán a sus canciones una y otra vez. Eso consiguen los grandes musicales.

    Hamilton es una película, no una grabación, es darte el mejor asiento posible en un teatro y llevarte al centro del escenario, donde nunca es posible estar como asistente y notar cada detalle de lo que ocurre ahí. El conocimiento de la obra de Kail es notorio y todo parece funcionar como reloj. Cada número musical es vibrante y el halo de melancolía de saber que estamos viendo al elenco original de cuando se presentó por primera vez en 2015 es invaluable. No sustituye a verla en vivo y seguramente cuando los teatros abran de nuevo otro público se acercará y podrán comprobar lo visto en la cinta, pero es una obra maestra del género musical imperdible, trascendental y valiosísima.

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