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    Bong Joon-Ho en la cúspide

    por Carlos Gómez Iniesta

    Parasite de Bong Joon-Ho ha unificado a los críticos y ha alzado el listón de la competencia del Festival de Cannes 2019.  El sudcoreano regresa inspirado a trabajar en su país tras haber navegado con éxito por aguas internacionales con El expreso del miedo (2013) y Okja (2017), disponible en todo el mundo gracias a Netflix.

    Ésta, su séptima cinta, es una interesante simbiosis entre dos familias de diferentes clases sociales. Los Park viven con sus dos hijos en una lujosa casa de diseñador en una barrio pudiente de Seúl. Por otro lado, los miembros de la familia de Ki-Taek (Song Kang) están desempleados y viven hacinados en un semisótano de un barrio obrero. Cuando surge la posibilidad de que el humilde hijo de Ki-Taek sirva de tutor a la hija de los acaudalados Park, verán una oportunidad única para mejorar su vida y harán de todo, lo que se dice todo, para conseguirlo. 

    El guión, coescrito por el realizador, tiene una estructura que pocos han podido aplicar con éxito. Sus autores han convertido el protagónico en una familia entera, un verdadero tour de force donde el  antagónico real debería de ser la situación social del país (o del mundo). Un capitalismo rampante que acentúa la diferencia de clases y que impone que la interacciones entre personas únicamente se lleven a cabo a través de la relación patrón-sirviente. Aunque las familias lo tienen muy claro, no todos notan que todos estan en una red neurálgica en donde la acción de uno irremediablemente tendrá reacción en los demás. En ese tenor,  la frase del jefe Sr. Park (Lee Sun Kyun) es un irrefrenable búmeran: “No soporto que la gente cruce los límites”. Y todos tenemos límites... 

    Pareciera que el tema es demasiado solemne o pesado para ser tratado con fluidez, sin embargo, Joon-Ho lo logra con una engañosa facilidad y grandes vueltas de tuerca. De hecho vale la pena cuestionarse y responderse: ¿Nos exponemos a una de las comedias más inteligentes de la actualidad? Sí. ¿Es una cinta de protesta social? Sí. ¿Puede ser visto como un oscuro thriller? También. ¿Una drama famliar? Por supuesto. Parte de la genialidad de esta obra es que es imposible de clasificar para meterse en una sóla caja. Depende de la percepción y vida de cada persona su justo acomodo.

    Parasite corre en su mayoría en el interior de ambos hogares. El diseño de arte de Lee Ha-jun (Ojka) genera claustrofobia en la pobreza pero en la riqueza provoca la incomodidad de sentirse observado entre ventantas, puertas entreabiertas, reflejos, cámaras y escaleras hitchcockneanas. Éste es otro hito del cinefotografo Hong Kyung-pyo también mancuerna en El expreso del miedo y a quien recién aplaudimos en Burning (del otro gran realizador sudcoreano Lee Chang-dong ) y que junto a su director logran secuencias magistrales de tensión exquisita. Sobre todo aquellas en la que el clan busca neutralizar a sus competidores.

    No es extraño que muchos se hayan ido con la finta de que Parasite era una evolución de cine de montruos como lo fue El huésped (incluso IMDB piensa que es adaptación del cómic de Hitoshi Iwaaki). Pero una vez que analizamos la metáfora del título, que nada tiene que ver con monstruos, es aún más brillante. Bong Joon-Ho se presenta en el climax de su carrera manteniendo su estilo de violencia estilizada –aquí quizá un poco desbordada en su secuencia climática–, demanda social, choque de clases y emotivas relaciones –como recién vimos en la mordáz crítica a las transnacionales de Okja–. El asiático es ya uno de los autores más importantes del momento, sobre todo por su inteligente rompimiento de las barreras entre géneros cinematográficos. Esperemos a Parasite en la próxima temporada de premios, Oscar incluido. 

     

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