Un traductor, de los hermanos cubanos Rodrigo y Sebastián Barriuso, se basa en las memorias de su propio padre.
En 1989, Malin (Rodrigo Santoro) es profesor de literatura rusa en la Universidad de La Habana. Lleva una vida tranquila junto a su esposa, curadora de arte, Isona (Yoandra Suárez) y su joven hijo Javi (Jorge Carlos Pérez Herrera). Cierto día, él y otros miembros del departamento son misteriosamente relevados de sus tareas de enseñanza y obligados a fungir como traductores para los niños víctimas del desastre nuclear de Chernobyl que han sido enviados a Cuba para recibir tratamiento médico.
Asignado al turno de noche en una sala de niños es supervisado por la enfermera Gladys (Maricel Alvarez). Malin está devastado ya que su principal función es avisar, a los afligidos padres, que la condición de sus hijos es terminal, se involucra tanto emocionalmente que comienza a descuidar seriamente a su propia familia.
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