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    Las niñas bien
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Las niñas bien

    Una aguda crítica social perpetuada por un magnífico reparto

    por Carlos Gómez Iniesta

    Las niñas bien de Alejandra Márquez Arbella es más que la adaptación del best-seller de Guadalupe Loaeza. Es traer de vuelta esos recuerdos de crísis económicas continuas en el país. Es ver cómo los de las clases acomodadas se prensan con uñas y dientes a un imperio que se desmorona. Es atestiguar con incredulidad cómo suben otros, los ganones del río revuelto, mientras su círculo social los deja ahogarse. 

    Esa debacle la encarna Sofía, líder entre las amigas de la alta sociedad. La que nunca les revela dónde compró su ropa a pesar de las adulaciones ("No estoy acostumbrada a comprar vestidos de gala en México"); la que dicta las reglas de aquellas que pueden o no ser parte de su grupo; la que el puplo que sirvió como platillo en su fiesta es tema de conversación durante días. Pero también es la explusada del círculo de amigas del club cuando la devaluación se lo lleva todo. La que ahora se pierde de las invitaciones, la que es la nueva protagonista del chisme  en turno, la que tendrá que mostrarse incolume ante la callada guerra fría de sus amistades y empleados. 

    Es Ilse Salas quien encuentra en Sofía uno de los mejores trabajos de su carrera. Muestra mucho más allá de la superficialidad que le impone el personaje. Sumamente petulante en su ambiente, sí, pero solo puede quitarse esa coraza con la empleada doméstica –claramente de otra clase social– y fantasea, como cualquier mortal, con el cantante de moda que la libere de su jaula de oro. Es claramente antipática y, sin embargo, uno acaba sintiendo lástima por ella. Son esas paradojas, su desmoronamiento paulatino y liberación –en un de las mejores escenas finales que haya visto este año–, la que hace que este personaje sostenga toda la película. Salas, es parte de un portentoso elenco en el que se encuentra también una emorme y odiosa Cassandra Ciangherotti, y una estupenda Paulina Gaitan. Es este trío quien encarna un duelo de actuaciones cada que coinciden en pantalla. Deberán de convertirse en serias candidatas durante la época de premiación. Flavio Medina, quien intepreta al aturdido esposo de Sofía, debe de unírseles. 

    Con Las niñas bien Márquez logra una intimidad dolorsa de su protagonista a través de los silencios y de los detalles. Son los planos cerrados a los cigarros que se consumen, a las joyas en los dedos, a las miradas, a los cabellos que quieren embellecer el semblante y a las tarjetas de crédito rechazadas lo que explica todo.  Son también los diálogos susurrantes fuera de cuadro mientras las cámara enfoca a su protagonista aguantando los embates. Ése es el gran atractivo del lenguaje conseguido por la realizadora. No hace falta sobreexplicar cuando se apoya en su elenco, la estupenda música de Tomás Barreiro y el detallados diseño de arte, maquillaje y peinados. En su segunda película la potosina da un brinco respecto a su trabajo anterior, Semana Santa (2015), pero continua mostrando esa preocupación por retratar las diferencias de clases y el impacto mental y espiritual de estar endeudado hasta el cuello. 

    De inicio Las niñas bien podría parecer una cinta localista sobre las banalidades de la burguesia mexicana de 1982 entre los mandatos de López Portillo y Miguel de la Madrid. Pero es una historia que crítica con sorna las relaciones de la alta sociedad. En ella encontramos una pasmosa actualidad entre tanta crisis economica y social sacudiendo a los continentes. Incluso en los temores actuales de aquellos que se sienten amenazados con la austeridad repúblicana propuesta por el régimen que pronto tomará el control de nuestro país. En el mundo de Márquez-Loaeza, la pura idea de caer de la gracia social es más fuerte que el hecho en sí. 

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