El monstruo más humano
por Uriel LinaresGuillermo del Toro vuelve a lograrlo. Después del éxito de Pinocho y una larga espera, su nueva versión de Frankenstein ha llegado a salas seleccionadas del mundo y el querido cineasta tapatío no solo nos sumerge en una experiencia visual sino que también emocional; una que más allá de la clásica historia de horror que Hollywood tanto ha explotado, una que se convierte en una profunda reflexión sobre lo que significa ser humano.
Aquí, la criatura no solo es un experimento fallido o un símbolo del miedo, sino una representación cruda, tierna y a veces aterradora de la mente humana en sus primeros pasos: inocente, moldeable y sensible al entorno que la rodea.
Desde sus primeros minutos, Frankenstein logra capturar la esencia tan característica del universo de Del Toro: un equilibrio entre lo monstruoso y lo bello, entre la oscuridad y la luz. El director vuelve a recordarnos que sus criaturas nunca son solo “monstruos”, sino espejos de nuestra naturaleza, de nuestras contradicciones, de ese impulso de crear y destruir a la vez. La dualidad que maneja la criatura, que por un lado puede ser violenta y aterradora, pero también ingenua y profundamente sensible. Todo esto lo podemos considerar como el corazón de la película.
Jacob Elordi: el monstruo que siente
Creo que uno de los grandes aciertos de esta nueva adaptación es la actuación de Jacob Elordi, quien se mete en la piel y las entrañas de la criatura de Frankenstein. Es probablemente uno de sus mejores papeles hasta la fecha. Su trabajo físico es impresionante: la manera en que camina, mira o reacciona demuestra una evolución emocional muy bien construida. En su interpretación hay una mezcla entre la curiosidad infantil y la brutalidad instintiva, algo que no solo requiere técnica actoral, sino mucha sensibilidad. Elordi consigue transmitir todo eso sin necesidad de grandes discursos, y es aquí donde se nota la dirección de Del Toro: sabe guiar la emoción más que la forma.
Aunque Elordi todavía es un actor joven, Frankenstein podría ser el papel que consolide su carrera a nivel internacional. Su criatura no es un monstruo de laboratorio, es un alma rota que refleja todo lo que los seres humanos podemos arruinar con nuestras propias manos: la inocencia, la bondad y hasta el amor.
Por su parte, Oscar Isaac interpreta a Víctor Frankenstein, un hombre dominado por sus demonios internos, el trauma de su infancia y una necesidad constante de validación. Es un personaje complejo, lleno de problemas psicológicos que reflejan esa eterna búsqueda de reconocimiento. Isaac entrega una actuación sólida y con presencia, pero debo mencionar quizá no alcanza la intensidad emocional que el personaje merecía.
Su interpretación es notable y técnica, pero en momentos clave se queda corta al transmitir las emociones más crudas del científico obsesionado con desafiar a Dios y a la naturaleza. No obstante, esto no opaca el filme, ya que el verdadero peso emocional recae en la criatura y en la visión artística del propio Del Toro.
Mia Goth sorprende con una actuación distinta a lo que hemos visto en X, Pearl o Maxxxine. Aquí, su característica energía es más contenida, más emocional que explosiva, y aunque su personaje tiene un desarrollo limitado, logra ser un detonante importante tanto para Víctor como para la criatura. El elenco se completa con Christoph Waltz, quien entrega un trabajo de peso, pero que se siente un poco fuera de su elemento. Si bien Guillermo del Toro tiene fama de sacar lo mejor de sus actores, parece que Waltz requiere una dirección más profunda para alcanzar un nivel verdaderamente memorable.
En cuanto al tema técnico, Frankenstein puede considerarse una verdadera joya. Del Toro mantiene su promesa de hacer una película donde lo artesanal siempre estará sobre lo digital. Muchos de los escenarios, criaturas y detalles fueron construidos por artistas, carpinteros y técnicos, logrando una atmósfera tangible y mágica al mismo tiempo. El diseño de arte es maravilloso: cada objeto, cada textura y cada sombra parecen tener historia propia. Es un universo que respira, donde lo gótico y lo humano se entrelazan con una naturalidad impresionante.
La fotografía acompaña perfectamente esta visión. No busca deslumbrar por sí misma, sino servir como elemento para contar la historia. Los tonos fríos y cálidos cambian conforme a las emociones de los personajes, reflejando visualmente su evolución. Y como siempre en el cine de Del Toro, la dirección de arte y la mitología se mezclan con un estilo visual que parece salido de un sueño oscuro.
Aunque me atrevería a decir que no es la mejor película de Guillermo del Toro, Frankenstein sí representa un punto de madurez en su filmografía. Es una obra que combina la sensibilidad de El laberinto del fauno con la oscuridad de La cumbre escarlata, pero desde un lugar mucho más íntimo. Del Toro no está buscando asombrar, sino reflexionar: sobre el dolor, la creación y la manera en que el amor y el rechazo pueden pulir un alma. Lo más interesante es que, en esta versión, el monstruo deja de ser una aberración para convertirse en una metáfora de nosotros mismos: todos llevamos dentro una parte inocente, un monstruo y un reflejo del mundo que nos rodea.
Conclusión: el monstruo más humano
Una película que se siente personal, hecha con corazón y con la visión artesanal que caracteriza a Guillermo del Toro. Tiene actuaciones sólidas, una dirección visual súper cuidada y una profundidad emocional que la hace destacar entre las adaptaciones modernas del clásico de Mary Shelley. No es una película perfecta, pero sí una de las más sinceras y conmovedoras de su carrera. Netflix le dio la oportunidad a Del Toro para hacer arte y este entregó arte, que bien vale la pena ver en una pantalla grande.