Las películas ambientadas durante la Segunda Guerra Mundial han configurado casi un subgénero dentro del cine bélico, presentando relatos desgarradores que exploran la crueldad del conflicto y las tragedias humanas que lo acompañaron. Directores como Steven Spielberg, Roman Polanski y Roberto Benigni han abordado este periodo con una sensibilidad única, entregando obras maestras que conmueven profundamente a los espectadores como La lista de Schindler, El pianista y La vida es bella.
Basada en el libro más famoso de la Segunda Guerra Mundial, hay una película disponible en Netflix que, con sólo 90 minutos de duración, te romperá el corazón. Se trata de El niño con el pijama de rayas, relato de 2008 que ha generado una respuesta intensa entre los espectadores por su conmovedora historia centrada en la amistad inocente entre dos niños en medio de la barbarie del Holocausto.
‘El niño con el pijama de rayas’: El poder de la inocencia frente a la tragedia
La trama sigue a Bruno, interpretado por Asa Butterfield, un niño alemán de ocho años que, junto con su familia, se traslada a Polonia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre, un oficial de la SS, es ascendido y se convierte en el administrador de un campo de concentración. Sin ser plenamente consciente de lo que está ocurriendo a su alrededor, Bruno entabla una amistad secreta con Shmuel (Jack Scanlon), un niño judío prisionero en el campo.
En pocos años, la película ha logrado conmover a la audiencia gracias a su emotiva narrativa y a las interpretaciones profundamente conmovedoras de sus pequeños actores. Butterfield y Scanlon logran transmitir la inocencia y pureza de la niñez en medio del horror de la Segunda Guerra Mundial. La amistad entre estos dos niños, separados por un alambrado, pero unidos por una bondad inquebrantable, es el corazón de la película y lo que la ha hecho tan memorable para quienes la ven.
Desde el punto de vista cinematográfico, la dirección de Mark Herman se caracteriza por su delicadeza al abordar un tema tan sensible como el Holocausto. A través de tomas suaves y una paleta de colores apagada, la película crea una atmósfera que refleja la tensión y el dolor de la guerra, pero también la belleza de la humanidad en sus momentos más oscuros. Las escenas entre Bruno y Shmuel son filmadas con una simplicidad que realza la vulnerabilidad de sus personajes.
La película, aunque aclamada por su emotividad y actuaciones poderosas, ha sido duramente criticada por historiadores y expertos en el Holocausto. Muchos han señalado inexactitudes históricas, sobre todo en la representación de Bruno y su supuesto desconocimiento de las atrocidades cometidas por su propio padre. Historiadores como los del Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau han advertido que tanto la película como la novela de John Boyne perpetúan una idea peligrosa: que los civiles alemanes no sabían lo que ocurría en los campos de concentración.
Esta controversia ha llevado a un debate más amplio sobre cómo se deben representar tragedias históricas tan graves en la ficción. La película ha sido vista por algunos como una forma de trivializar el Holocausto, centrándose más en la tragedia de una familia nazi que en las víctimas reales del genocidio. Sin embargo, el autor de la novela ha defendido su obra, argumentando que el propósito de la ficción es abrir una ventana al pasado para los jóvenes lectores, aunque reconoce que el equilibrio entre la imaginación y la realidad histórica es delicado.