Hay escenas que revolucionan el cine y otras que lo trascienden por completo. En 2001: Una odisea del espacio, Stanley Kubrick no solo redefinió el género de la ciencia ficción, sino que creó un lenguaje visual que aún hoy, casi seis décadas después, sigue siendo insuperable. La “secuencia de la puerta estelar” es, sin duda, su momento más hipnótico, desconcertante y técnicamente admirable. Un viaje cósmico que ha sorprendido a generaciones de cineastas y espectadores.
En esta escena, el astronauta David Bowman (Keir Dullea), único sobreviviente de la misión rumbo a Júpiter tras la rebelión de HAL 9000, decide abandonar su nave y enfrentarse a lo desconocido. Frente a él flota un gigantesco monolito que parece abrir una dimensión nueva. Lo que sigue es una inmersión sensorial sin precedentes: un túnel de luces y colores que atraviesa el espacio y el tiempo, llevando a Bowman (y a la audiencia) a un viaje que desafía toda lógica y comprensión.
Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Así se creó la inolvidable secuencia de “la puerta estelar” en ‘2001: Una odisea del espacio’
La grandeza de esta secuencia no reside solo en su abstracción visual o su valor simbólico. También es una hazaña técnica sin comparación. Lograda en 1968, antes de la llegada del CGI o la astrofotografía avanzada, la puerta estelar fue una creación artesanal hecha con paciencia, experimentación y una visión artística sin concesiones. Para el director de La naranja mecánica y El resplandor, era vital que la experiencia de cruzar un umbral interdimensional no se pareciera a nada conocido por el espectador. Y lo logró.
Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Douglas Trumbull, uno de los supervisores de efectos visuales de tan solo 23 años, fue clave en este proceso. Para diseñar la secuencia, recurrió a la técnica del slit-scan, que implicaba mover una cámara de 65mm hacia una ranura estrecha iluminada desde atrás por paneles con transparencias y filtros. Cada toma requería una exposición larga que duraba hasta 36 horas por fotograma. Así se generaban las impresionantes franjas de luz que parecen surgir desde un punto fijo y envolverlo todo.
Pero antes de llegar al slit-scan, Kubrick y su equipo ensayaron otros métodos. En una vieja fábrica de sostenes reconvertida en laboratorio, realizaron tomas experimentales con tinta negra, pintura blanca y acetato de isoamilo (un solvente tóxico con olor a plátano). Al combinar estos elementos con luces intensas, lograban reacciones químicas que generaban figuras semejantes a galaxias, explosiones estelares o estructuras biológicas alienígenas. Parte de ese metraje fue finalmente incorporado a la secuencia.
Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Todo este proceso fue una forma de “romper la cámara desde dentro”, como dijo Trumbull. El dispositivo creado no solo filmaba: reinterpretaba el funcionamiento del ojo humano y del cine mismo. Las luces no se movían frente a la cámara, sino que el propio mundo visual se construía al avanzar hacia la luz. Fue una exploración estética y filosófica de la percepción, apropiada para una historia que cuestiona el lugar del ser humano en el universo y su relación con lo desconocido.
Ver hoy la secuencia de la puerta estelar en 2001: Una odisea del espacio sigue siendo una experiencia desconcertante y sublime. El poder de la secuencia, y de todo el filme que se encuentra disponible en Max, no ha disminuido con el tiempo. Como el monolito negro que aparece, esta escena es un artefacto inmóvil y enigmático que sigue enviando señales a quienes se atreven a observarla. Porque, como lo imaginó Kubrick, este no es un simple viaje visual: es el reflejo de un salto evolutivo en el cine, y quizás, en nuestra propia conciencia.