Las series sobre asesinos seriales se han convertido en un género consolidado dentro del catálogo de Netflix, logrando seducir a millones de espectadores a nivel mundial con narrativas intensas, personajes complejos y tramas plagadas de misterio. Desde fenómenos como Mindhunter hasta thrillers psicológicos como You, la plataforma ha sabido capitalizar el interés por lo macabro y lo retorcido de la mente humana.
Entre estas propuestas destaca con fuerza El caso Hartung, una serie danesa de solo seis episodios (con un total de 331 minutos) que ha sido descrita por los usuarios como “brillante”, “escalofriante”, “perfecta” y “adictiva”. Esta producción, que adapta la novela noir homónima del autor Søren Sveistrup, ha cautivado a la audiencia desde su estreno hace cuatro años, convirtiéndose en una joya oculta del streaming.
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‘El caso Hartung’: una obra maestra del suspenso escandinavo en solo seis episodios
La historia se desarrolla en un suburbio aparentemente tranquilo de Copenhague, donde un macabro hallazgo marca el inicio de una espiral de horror: una joven aparece brutalmente asesinada en un parque, con una mano amputada y un extraño muñeco de castañas junto al cadáver. Lo que al principio parece un simple crimen aislado, pronto se transforma en una compleja red de pistas inquietantes.
Los detectives Naia Thulin (Danica Ćurčić) y Mark Hess (Mikkel Boe Følsgaard) asumen la investigación, descubriendo que el pequeño muñeco de castañas contiene una huella que conecta el caso con la hija desaparecida de una importante política danesa, Rosa Hartung. Este giro inicial marca el tono de la serie: nada es fortuito, y los horrores del presente están profundamente enraizados en secretos del pasado. Cada nueva pista implica remover heridas no cerradas y enfrentarse a verdades que muchos preferirían dejar enterradas.
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La atmósfera de El caso Hartung bebe de la tradición del nordic noir, un subgénero del crimen nórdico que apuesta por la lentitud narrativa, los paisajes grises, y el peso psicológico de los personajes. Aquí, los muñecos de castañas (inocentes figuras infantiles) se transforman en símbolos de pesadilla, marcadores de cada asesinato y elementos clave en una trama que se enreda con elegancia y tensión. Esta subversión de lo cotidiano en lo macabro es uno de los grandes aciertos de la serie: convierte algo inofensivo en un símbolo que inspira terror.
Lo más perturbador es que El caso Hartung no se centra exclusivamente en el asesino, sino en las reverberaciones emocionales de sus actos. Las víctimas no son meros cuerpos sin vida; la serie se detiene en sus historias, en los vínculos familiares que dejan atrás, en el dolor de quienes sobreviven. La madre de una joven asesinada, por ejemplo, no es un personaje accesorio, sino un eje narrativo que sostiene la tensión emocional.
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En cuanto a las actuaciones, tanto Danica Ćurčić como Mikkel Boe Følsgaard ofrecen interpretaciones contenidas pero cargadas de matices. Thulin es una detective ambiciosa pero emocionalmente implicada; Hess, en cambio, comienza como un hombre frío y ajeno, pero poco a poco revela sus propias grietas. Ambos actores logran construir una relación creíble, marcada por la desconfianza inicial y una creciente complicidad forzada por el horror.
El caso Hartung no presenta al asesino como una figura omnipotente ni como un monstruo mitológico, sino como el producto de un sistema social roto, lleno de negligencias y omisiones. La serie no juega a las falsas pistas fáciles ni a los giros de tuerca gratuitos. Todo está medido, y aunque el misterio se despliega con lentitud, cada capítulo deja una sensación de urgencia por descubrir más. La tensión es constante, no por la cantidad de violencia, sino por lo que se insinúa y lo que permanece oculto.
