Pese a que es más común verlo en papeles de acción, ciencia ficción y romance, Keanu Reeves ha forjado una carrera camaleónica que lo ha llevado a trabajar con algunos de los cineastas más reconocidos de su generación. Desde el cyberpunk filosófico de Matrix con las hermanas Lana y Lilly Wachowski, hasta las crudas atmósferas de El abogado del diablo bajo la dirección de Taylor Hackford, pasando por colaboraciones con Francis Ford Coppola en Drácula, Bernardo Bertolucci en El pequeño Buda y Kathryn Bigelow en Punto de quiebre, Reeves ha cultivado una filmografía llena de contrastes, siempre apostando por proyectos arriesgados y directores con una visión singular.
Más allá de su imagen icónica como Neo o su implacable personaje en John Wick, el actor canadiense también ha explorado géneros menos convencionales. En los años 90, cuando aún estaba construyendo su identidad como actor de culto, trabajó con Gus Van Sant, uno de los nombres más influyentes del cine independiente. Juntos firmaron dos películas: la aclamada My Own Private Idaho y la surrealista Even Cowgirls Get the Blues, esta última considerada el único acercamiento de Reeves al western, aunque no del modo tradicional.
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Estrenada en 1993 y basada en la novela de culto de Tom Robbins, Even Cowgirls Get the Blues es una parodia psicodélica del western, ambientada en un presente alternativo donde las convenciones del género son retorcidas con un humor excéntrico y un trasfondo queer. La protagonista, interpretada por Uma Thurman, es Sissy Hankshaw, una mujer con pulgares descomunalmente grandes que le permiten hacer autoestop como nadie. Su viaje la lleva a un rancho en el oeste donde un grupo de vaqueras rebeldes intenta salvar a unas grullas drogándolas para que no migren.
En esta historia disparatada, Reeves interpreta a Julian, un atractivo joven mohawk que, en la novela original, se casa con Sissy. Sin embargo, en la película, su papel es menor: Julian es apenas una presencia fantasmal, una figura deseada más que un compañero romántico. La relación más intensa de Sissy se da con Bonanza Jellybean, una vaquera bisexual interpretada por Rain Phoenix, lo que refuerza el carácter subversivo del relato.
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Gus Van Sant, siempre inclinado hacia lo marginal y lo poético, transforma el western en una especie de cuento lisérgico, alejado del polvo y las balas. En lugar de tiroteos clásicos, el clímax incluye una batalla simbólica contra la autoridad patriarcal y un uso inusual y humorístico de los olores corporales como arma. Reeves, aunque aparece poco, forma parte del elenco coral que incluye a John Hurt como un extravagante representante de productos femeninos, y cameos de William S. Burroughs, Ed Begley Jr., Heather Graham, Lin Shaye y Edward James Olmos, entre muchos otros.
Lejos de ser un éxito de taquilla o crítica, Even Cowgirls Get the Blues fue un fracaso comercial y sigue siendo una rareza tanto en la carrera de Van Sant como en la de Reeves. Sin embargo, es precisamente ese carácter de anomalía lo que la hace fascinante: una película inclasificable que desarma los géneros y ofrece una mirada adelantada a su tiempo sobre el deseo, la identidad y la rebelión.