Las adaptaciones cinematográficas de Stephen King han marcado a varias generaciones gracias a su capacidad para transformar relatos de terror psicológico en experiencias inolvidables. Películas como El resplandor, Carrie, Misery o la reciente It no solo han dejado imágenes imborrables, sino que también han explorado el miedo desde ángulos muy distintos: desde la locura y el aislamiento hasta la obsesión y la violencia más íntima.
A estas obras se suma El juego de Gerald, dirigida por Mike Flanagan para Netflix, que sorprendió al público con un ejercicio de tensión minimalista y asfixiante. En esa misma línea, el catálogo del servicio de streaming recibió en 2017 otra joya basada en King: 1922, una historia inquietante y sombría que pasó más desapercibida que otras, pero que con el tiempo ha sido reconocida como una de las películas más perturbadoras del cine reciente.
El oscuro relato de Stephen King que Netflix convirtió en una pesadilla inolvidable
1922, dirigida por Zak Hilditch, adapta la novela corta publicada por King en 2010 dentro de la colección Todo oscuro, sin estrellas. Ambientada en la Nebraska rural de principios del siglo XX, narra la historia de Wilfred “Wilf” James (Thomas Jane), un orgulloso granjero que se opone a la idea de su esposa Arlette (Molly Parker) de vender las tierras heredadas y mudarse a la ciudad. Incapaz de aceptar lo que percibe como una humillación, manipula a su hijo adolescente Henry (Dylan Schmid) para asesinarla.
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El crimen, lejos de traerle paz, marca el inicio de un descenso a los infiernos. Wilf y Henry arrojan el cuerpo a un pozo infestado de ratas, un detalle macabro que se convierte en el leitmotiv de la película: las alimañas no solo rondan físicamente la granja, sino que se instalan como símbolos de la culpa, el remordimiento y la podredumbre moral que consume al protagonista.
Uno de los grandes aciertos de 1922 es que no necesita mostrar violencia explícita de manera constante. El verdadero terror está en la mente de Wilf, un hombre que se convierte en narrador de su propia condena, atrapado en recuerdos, confesiones y pesadillas. El guion refuerza la ambigüedad: nunca queda del todo claro si las apariciones que lo atormentan son manifestaciones sobrenaturales o el producto de su propia conciencia devastada.
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Más allá del horror, 1922 es también una reflexión sobre la masculinidad tóxica y la obsesión por la tierra como símbolo de poder y virilidad. Wilf no desea riqueza ni estatus, pero sí controlar aquello que considera suyo, aunque para ello deba sacrificar a su propia familia. Ese dilema convierte al personaje en un villano trágico, incapaz de medir el precio de sus actos hasta que es demasiado tarde.