Todos tenemos esa lista secreta de películas que nos destrozaron el alma. Esas que terminan y te dejan mirando los créditos con los ojos llenos de lágrimas, sin saber si volverás a ser el mismo. Milagros inesperados, Llámame por tu nombre, Hachi: Siempre a tu lado, Titanic y más historias que duelen bonito, porque te recuerdan lo que significa amar, perder y seguir adelante.
Pero a veces olvidamos algo: la animación también puede romperte el corazón. No todo son canciones felices o finales de cuento; hay películas que usan la animación para hablar de la muerte, del dolor, de la esperanza. Y una de las más hermosas, poderosas y humanas de los últimos años es, sin duda, Pinocho de Guillermo del Toro.
El clásico que volvió a nacer
Cuando Netflix anunció que Del Toro haría su propia versión del cuento de Pinocho, muchos pensaron que sería otra adaptación más del niño de madera. Pero desde los primeros minutos queda claro que esto es algo completamente distinto.
Netflix
La historia transcurre en la Italia fascista de la década de 1930, en plena época de Mussolini. Allí, un carpintero llamado Geppetto, devastado por la muerte de su hijo, crea una marioneta con la esperanza de llenar el vacío que le dejó la pérdida. Pero la vida, como siempre, tiene otros planes.
Del Toro convierte la historia en una fábula sobre el amor, la mortalidad y la imperfección humana. Su Pinocho no busca convertirse en "un niño de verdad" para ser aceptado: busca entender qué significa ser amado tal como es.
Guillermo del Toro y la belleza de lo roto
"Esta no es una película para niños, sino una película sobre la infancia" dijo Del Toro en una entrevista. Su Pinocho no romantiza el dolor ni lo oculta detrás de canciones. Habla con honestidad de la pérdida, del paso del tiempo, de la culpa y de la necesidad de aprender a dejar ir.
Netflix
El director mexicano, ganador del Oscar por esta cinta, logra algo que muy pocos hacen: tomar un cuento que todos conocemos y transformarlo en una obra profundamente personal. Su toque se nota en cada detalle: los escenarios tallados a mano, el diseño artesanal de las figuras, los matices emocionales que se esconden detrás de los silencios.
Una obra animada que respira emoción
La animación en Pinocho es un espectáculo en sí misma. Hecha con stop-motion, cada movimiento, cada gesto, fue creado cuadro a cuadro, con una precisión casi mágica. Y esa paciencia se siente en pantalla. Todo parece vivo: las texturas de la madera, la luz que se filtra en las iglesias, los rostros marcados por el dolor.
La música de Alexandre Desplat, los paisajes de ensueño y las voces del elenco (con Ewan McGregor, David Bradley y Gregory Mann) terminan de construir un universo que parece hecho de melancolía y esperanza al mismo tiempo. Y sí hay lágrimas aseguradas pero son de las que curan.