Netflix estrena Frankenstein, la esperada adaptación dirigida por Guillermo del Toro, una obra que promete conjugar la fidelidad al espíritu de Mary Shelley con la imaginería personal que ha definido al cineasta mexicano. Lejos de repetir las versiones góticas del pasado, el director se adentra en las preguntas esenciales del mito: la creación, la culpa, la rebelión y la posibilidad de redención. Con un elenco encabezado por Oscar Isaac (como Victor Frankenstein) y Jacob Elordi (encarnando a la criatura), el filme se presenta como una exploración profundamente humana de los límites entre lo divino y lo profano.
El autor de El laberinto del fauno y La forma del agua representa el universo de Shelley con una devoción singular. Su mirada combina la sensibilidad católica con una comprensión trágica de lo monstruoso. Como en sus películas anteriores, los seres marginados y las visiones místicas conviven en un mismo plano, en una estética de claroscuros y símbolos sacros. En Frankenstein, esa fusión alcanza un nuevo nivel: la creación del monstruo no es solo un experimento científico, sino una parábola sobre el desafío y el deseo humano de igualarse a Dios.
Netflix
El fuego, los ángeles y el pecado según Guillermo del Toro en ‘Frankenstein’
Entre los sueños febriles del joven Victor Frankenstein aparece una figura que marcará su destino: un ángel rojo, envuelto en llamas, que lo observa desde un trono ardiente. Este ser, a medio camino entre una aparición religiosa y una visión demoníaca, actúa como el “Ángel de la Destrucción” que Shelley menciona brevemente en su novela. Del Toro, que le llama “Ángel Oscuro”, lo convierte en un motivo visual y espiritual que sintetiza los conflictos del protagonista: la fascinación por la creación, el miedo a la condena y la rebelión contra el orden divino.
El ángel rojo remite a la iconografía de los serafines, los espíritus más cercanos a Dios según la jerarquía celestial. En la tradición judeocristiana, los serafines son descritos como criaturas de fuego puro que arden con el amor divino, y sus múltiples alas protegen el trono celestial. En el arte sacro, su presencia suele simbolizar la purificación y la iluminación. Sin embargo, en la película, ese fuego no redime, sino que atormenta. El resplandor carmesí del ángel se convierte en reflejo del deseo desmedido de Frankenstein, un fuego que ilumina su genio, pero también anuncia su caída.
Netflix
El Ángel Oscuro que arde entre la fe y la ciencia
Esa dualidad convierte al ángel rojo en un espejo de Lucifer, el portador de la luz que, cegado por su orgullo, se enfrenta a su creador. La alusión al Paraíso perdido de John Milton es inevitable: tanto el Frankenstein de Shelley como el del cineasta mexicano son herederos de esa tensión entre obediencia y desafío. En la novela original, el propio monstruo se compara con el ángel caído, marginado por su creador y condenado a la soledad. En la versión cinematográfica, esa lectura se amplía: el ángel rojo representa no solo la caída de Lucifer, sino también la chispa prometeica que impulsa al hombre a desafiar los límites del cielo.
Netflix
El fuego que rodea al ángel no es únicamente símbolo de castigo, sino también de conocimiento. En el mito de Prometeo, el titán roba el fuego de los dioses para entregarlo a los hombres, condenándose a una eternidad de sufrimiento. Del Toro rescata ese gesto ambivalente y lo traslada a la mirada de Victor Frankenstein: la creación del monstruo se convierte en un acto de rebeldía prometeica, una transgresión que une ciencia, arte y pecado. El fuego, como en tantas películas del director, es el elemento que destruye y crea al mismo tiempo.
Así, el “Ángel Oscuro” se convierte en el verdadero guardián del destino de Victor Frankenstein. No es un demonio ni un mensajero divino, sino una manifestación del deseo humano de conocer lo prohibido. Su aparición constante en los sueños del protagonista funciona como un recordatorio visual de la tensión que habita en todo creador: la necesidad de dar vida y el temor de usurpar el lugar de Dios.